Tras la lectura de este libro me queda claro que el
gran Kapuscinski, quien por cierto aparece en el libro en una fotografía
inaugurando en 2006 una placa conmemorativa de Nowak, tuvo antecedentes que le
marcaron el camino.
Desde luego hay que ser de una pasta especial para
realizar un viaje de cinco años recorriendo África de norte y sur y vuelta al
norte, usando como medio de transporte fundamental la bicicleta aunque haciendo
también alguna etapa a pie, en camello o en una barca construida por él mismo,
y todo ello: ¡en el primer tercio del siglo xx!
La razón la da el mismo autor en el siguiente
fragmento:
“¿Qué queréis que os diga? Viajar sin dinero tal vez
no sea la manera más cómoda de viajar ni la más popular, pero, a mi entender,
es una proeza deportiva que supera con mucho a una travesía de África en avión.
(…) Me estaba jugando la vida, me exponía a miles de peligros, a enfermedades,
a penurias y a las espinas que arañaban mi cuerpo y destruían las gomas de mi
bicicleta, pero a cambio podía contemplar de cerca la vida de la gente y de los
animales de África, pisaba el suelo africano con mis propios pies y vivía la vida
auténtica del continente.” (p. 220-221)
En este libro lo que ha hecho el editor es
recopilar decenas de reportajes que se publicaron en diferentes medios, así
como algunas de las cartas que Nowak remitió en esos años. Además, se acompaña
el texto con algunas de las miles de fotografías que hizo y que sirven muchas
de ellas para ver algo de las
condiciones en las que se desarrolló el viaje.
En sus textos hay mucho de antropología, de apuntes
sobre la vida cotidiana de las diferentes tribus que conoció, de sus viviendas,
de sus formas de vida, etc., y también de las penalidades infinitas por las que
pasó, algunas de las cuales, como por ejemplo su periplo en barca por los ríos
angoleños, resultan realmente increíbles dentro de una narración en la que
abundan los momentos difíciles de imaginar.
El libro tiene 558 páginas en formato grande, por lo
que se cuentan muchas cosas de muchos lugares ya que, partiendo de Egipto, fue
atravesando el continente por Sudán, Ruanda, el Congo Belga, Rodesia y la Unión
Sudafricana, para regresar desde Ciudad del Cabo hasta Argel pasando por África
del Sudoeste, Angola, otra vez el Congo Belga, el África Ecuatorial francesa y
el África occidental francesa.
Todo tipo de climas, vegetación, culturas, etnias,
lenguas, etc. quedan recogidos en sus páginas. También todo tipo de
padecimientos desde las fiebres cada vez más frecuentes, al hambre y el sueño,
pasando por las masacres producidas por los omnipresentes mosquitos.
Es un libro fundamentalmente descriptivo, pero, como
no podía ser de otra manera, no exento de críticas diversas. Así, no salen muy
bien parados los egipcios ni tampoco Angola; asimismo hay varios momentos en
los que se queja de la indolencia de los negros ante los problemas que tuvo
para encontrar y mantener porteadores en algunas etapas. Ahora bien, quien
recibe las críticas más fuertes, importantes y numerosas es el colonialismo
blanco como queda reflejado en los fragmentos que reproduzco a continuación:
“Millones de personas podrían ganarse la vida en la
selva centroafricana y todo aquel país podría ser Jauja. Pero no lo es. ¿Por
qué? (…) África no está colonizada por estos países (se refiere a los europeos), sino por el capital internacional (…)
Si alguna vez se construyó aquí una casa decente o
un camino, fue en provecho del hombre blanco y para acelerar su
enriquecimiento…” (p. 234-235)
“No en vano, en opinión de los blancos, África es
“el país del oro, de las cacerías y de las mujeres negras”, y quien –siempre
según ellos- no haya practicado estos tres deportes, nunca sabrá lo que es el
África auténtica.” (p. 260)
“Lo que se hace, en cambio, es engañar al mundo con
cuentos chinos sobre la misión civilizadora del hombre blanco y sobre la
libertad y los derechos que se les ofrece a los salvajes. ¡Y, desgraciadamente,
el mundo se traga todas esas patrañas!” (p. 325)
“El gobierno local hace todo lo posible por sacar a
estos salvajes de las profundidades del bosque y obsequiarlos con los
beneficios de la civilización, es decir, ofrecerles la oportunidad de pagar
impuestos y trabajar como peones en la recolección de caucho.” (p. 466) (Se refiere al África Ecuatorial francesa)
Un aspecto que llama la atención es la escasez de
dinero que tuvo en muchos momentos, aunque si se ha leído a Kapuscinski
sorprende algo menos.
Hablaba antes de los múltiples padecimientos que
tuvo Kowak que, según dice él mismo, quedaban ampliamente justificados por lo
siguiente:
“Y en el fondo, no es tan terrible que la muerte
aceche por doquier, que las cobras se escurran entre la hierba y el rugido del
león parezca doblar los árboles. Uno se acostumbra a todo esto mucho antes que
al paro, a la miseria en que vive a diario tu familia, o a la estufa que no
produce calor y no calienta a los críos porque falta dinero para comprar
combustible…
Aquí tengo la sensación de ser el rey. No tengo
hambre y, si me sobreviene el sueño, me aseguro por enésima vez de que todo
está en orden y duermo tan a gusto como jamás he dormido en Europa” (p. 365)
Como se puede apreciar, estamos ante alguien que no
solo era un aventurero en el mejor sentido del término, sino alguien preocupado
por cómo era el mundo del que procedía.
En fin, un libro del que se puede escribir largo y
tendido, pero que yo me limito ahora a recomendar encarecidamente porque se
aprenden muchas cosas, se cambian algunas ideas previas, se conoce mejor un
continente que está tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejano, y desde luego
porque es un placer leer a un periodista tan bueno.
Kowak a su vuelta a Polonia solo pudo compartir un
año con su familia pues murió de una
neumonía que parece ser que contrajo en el hospital en el que le operaron de
una rodilla.
Hay que agradecer a Ediciones del Viento, una
editorial gallega que desconocía, que tenga el valor de publicar un libro así.
Una única crítica: hay demasiadas erratas que aunque no son importantes sí
muestran o bien prisas en la edición o falta de correctores.
Kazimierz Nowak, A
pie y en bicicleta por el continente negro (África, 1931-1936). Traducción
Jerzy Slawomirski y Anna Rubió.