Creo que esta novela hace el número veintitrés de la serie que tiene como
protagonista al comisario Montalbano. De ser así, sería también la vigésimo
tercera que leo. Lo reconozco, Camilleri me engancha con sus novelas y, como he
dicho ya en otras ocasiones, no sé muy bien el porqué.
En esta, el comisario se enfrenta a la resolución de tres casos de muy
variada índole y, también, a algo más importante, a la resolución de sus
problemas afectivos, nada nuevo por otra parte.
Están todos los personajes típicos de la serie: el inefable Catarrella con sus problemas con el lenguaje; el
seductor Mimí Augello al que se le encargan trabajos en relación a esa facilidad
con las mujeres; Fazio, ese gran buscador de información a veces inútil; la
asistenta Adelina que le prepara esos platos cuya lectura te deja como al perro
de Pavlov; Enzo y su trattoria verdadera joya de la
gastronomía y, por supuesto, Livia, siempre lejos y siempre dispuesta a que sus
conversaciones son Salvo terminen en una discusión acalorada. Claro que todos
ellos no serían casi nada sin ese Montalbano capaz de deducir las tramas más
intrincadas aunque le cueste trabajo dormir.
Con esos ingredientes y su imaginación desbordante para el crimen,
Camilleri nos demuestra que es capaz a sus casi noventa años de seguir
haciéndonos disfrutar con las aventuras y desventuras de este peculiar comisario en esa
peculiar Sicilia.
Entretenimiento a raudales y, para los fieles seguidores de la serie, el
reencuentro con los de siempre y con unas historias que también suelen tener un
par de detalles de crítica política y social que en estos tiempos se agradecen.
Andrea Camilleri, Un filo de luz
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