Se recogen en este libro dos textos de narrativa de
no ficción de un joven y bastante peculiar escritor francés, tanto que rechazó
El Prix Goncourt du Premier Roman “por su repudio a la institucionalización de
la escritura y la idea de competición literaria” (tal y como cuenta la
editorial en la solapa del libro). Desde luego el contenido confirma ese
carácter peculiar.
Este libro se compone de dos novelas cortas. En la primera, de apenas 100 páginas, que se
desarrolla en París en los años de la Primera Guerra Mundial Andras recorre la
ciudad siguiendo los pasos de Ho Chi Minh o, para ser más exactos, de alguien que
se mueve con diferentes nombres aunque se trate del que sería el gran líder de
Vietnam del Norte. En esa época se trata de alguien que está en la fase de
rebeldía que el autor valora muy especialmente. Así:
“Nos enamora el díscolo, el eterno insurgente, la
marginalidad y la libertad (…) Pero al revolucionario lo observamos como
observamos el cigarrillo que le sostenemos a un amigo que ahora vuelve: sin
saber qué hacer con él (…) Porque el hecho es que el rebelde desconfía de las
revoluciones y estas fracasan siempre por falta de rebeldía.” (p. 84)
En esa búsqueda aprovecha para hacer una crítica
radical de algunos aspectos de nuestra sociedad como, por ejemplo, el gran
control existente:
“Y ahí está la ironía: a la larga, sería preciso una
democracia liberal para instaurar eso que ningún régimen totalitario había
logrado hasta ahora: el registro diario y exhaustivo de las actividades de
todos sus ciudadanos. Pagar algo con tarjeta, adquirir un billete de tren,
consultar una página web o abastecer de datos las redes sociales: la trepidante
carrera del progreso. Por el camino no dejas de pensar en las cámaras que a
todas horas te capturan a ti y al resto de los transeúntes (…) Dentro de nada
los drones sustituirán a los últimos pájaros y el reconocimiento facial se
extenderá sin la menor resistencia. Es un hecho de lo más banal: la comodidad
funciona mejor que el látigo.” (p. 94)
O esta otra frase dedicada al periodismo:
“La inmundicia recibe en ocasiones el título de
profesión” (p. 68)
Y, lógicamente, tratándose de la búsqueda de ese
personaje no podía faltar la crítica del colonialismo:
“Y hoy en día seguimos mareando la perdiz para no
tener que enfrentarnos a ella: Hitler es el mal, pero el mal era nuestra gloria
cuando campaba por otras tierras. El alemán fue un pupilo diligente: llevó a
cabo en nuestras narices la labor que nosotros reservamos a los confines del
Imperio. Y jamás trató de ocultar su fuente de inspiración: volver a jugar
indios y vaqueros y transformar parte de Europa, como reconocía sin ambages, en
“lo que la India fue para Inglaterra”” (p. 76)
La segunda novela está dividida en tres partes y
Andras hace la siguiente dedicatoria:
“Este tríptico está dedicado a los amotinados, a los
desertores, a los saboteadores y a los pacifistas” (p. 175)
En las tres partes aparece como tema central el
maltrato de los animales a partir de historias que se desarrollan en lugares y
épocas muy diferentes. Así, Londres, California y París por un lado, y 1906,
1984 y 2014, por otro. En el primer caso es un perro el maltratado, un macaco
en el segundo y una vaca en el tercero.
Como se puede deducir estamos ante un libro con
textos muy comprometidos, que ponen en cuestión algunas de nuestras certezas,
que está muy bien escrito y, como dice Jacques Lindecker en L’Alsace: “Sus
palabras de un apasionamiento rabioso dan en el blanco; son palabras de un
boxeador militante de gran talento.” ( reproducido en la contraportada).
En definitiva, un libro que se sale de lo habitual y
que no deja indiferente de un escritor del que espero que se traduzca alguna de
las otras dos novelas que ha escrito.
Joseph Andras, A
lo lejos el cielo del sur & Así hacemos la guerra. Traducción Álex
Gibert.