Voy ya más o menos por el duodécimo libro de Black
leído en los últimos diez años y, curiosamente, no recuerdo haber leído ninguno
de John Banville a pesar de que están la mayoría en la biblioteca de mi casa
(mi mujer es muy seguidora suya).
Black tiene la enorme ventaja de que sus lectores
sabemos lo que nos vamos a encontrar en cualquiera de sus libros: por un lado,
una trama policiaca bastante básica y, me atrevo a decir, que no demasiado
interesante, y, por otro, una magnífica ambientación, unos personajes conocidos
que siguen con sus mismas manías y actitudes; todo ello narrado de una forma
magistral con una escritura muy cuidada.
En este caso, una mujer ha desaparecido. El inspector
Strafford, que mantiene una relación con Phoebe, la hija del doctor patólogo
Quirke, protagonista de casi todas las novelas de la serie, recibe el encargo
del caso. Ya tenemos así a algunos de los habituales de Black. Luego aparecerán
algunos otros.
Además, tampoco podía faltar su tradicional alusión a
los abusos sexuales a niños. En este caso se trata de un arzobispo y un
profesor expulsado del colegio donde trabajaba y que juega un papel importante
en la novela.
Pues bien, con estos mimbres el autor es capaz de
escribir 330 páginas manteniendo el interés del lector en capítulos en los que
va alternando aspectos de la trama de la novela con otros en los que se centra
en las relaciones entre los diferentes personajes.
Desde luego un libro recomendable que hace pasar un
buen rato. Un buen ejemplo de lo importante que es la buena escritura a la hora
de contar historias.
Benjamin Black, Los ahogados. Traducción
Antonia Martín.
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