Los
profesores, la gente que se dedica a la enseñanza, suelen ser, por lo general,
gente tranquila, educada, sensible, preocupada por cómo funciona el mundo,
profesionales entregados a su trabajo que es, además, el único en el que “el objeto transforma al
sujeto” (como decía una profesora que tuve de pedagogía), esto es, son unos
profesionales que están en constante transformación y formación, tanto
intelectual como, si me apuran, afectiva. Tienen que relacionarse a diario con
jóvenes de todo tipo, condición, educación, carácter, intereses, motivaciones,
etc. y, cada cierto tiempo, con sus padres que también son muy diferentes unos
de otros. Además, no sólo deben relacionarse sino que deben intentar que esa
relación sea fructífera para la otra parte (en el caso del profesional el fruto
está en el sueldo y en la satisfacción de la tarea cumplida).
A
estos profesionales en los años en que yo he tenido ocasión de compartir sus
esfuerzos y desvelos (pues yo también lo era), otros profesionales no siempre
tan atentos y conocedores de la realidad educativa como los propios profesores
les han ido cambiando las leyes la mayoría de las veces sin ningún tipo de
diálogo y, mucho menos, negociación: las horas dedicadas a cada asignatura, sus
contenidos, las formas de evaluar los conocimientos y de comunicarlos a los
padres, etc., etc, etc. Más: donde se hablaba de objetivos generales y
específicos, se pasó luego a hablar de objetivos conceptuales, procedimentales
y de valores y normas, para terminar hablando de competencias básicas; de
pronto dejó de haber exámenes en septiembre porque había que hacer evaluación
continua, luego volvieron estos exámenes. Más: de repente apareció la solución
a muchos de los males del sistema: la calidad,
pero entendida en un sentido burocrático, había que hacer bien los
papeles, había que controlar y anotar todo (cuaderno de clase del profesor,
porcentaje de asignatura impartida en cada período, solicitud de informes constantes bien
formalizados, valga la redundancia).
Y
los profesionales hicieron programaciones por los distintos tipos de objetivos
y de competencias, e informes para la
jefatura de estudios, para los padres, para la inspección educativa, para los
tutores de sus grupos, para su jefe de departamento, para… (en algún lugar
dirían para María Santísima). Hicieron y hacen, con más o menos convicción,
pero sin protestas, sin huelgas, sin manifestaciones por lo irrelevante e
inútil de muchas de las cosas burocráticas que tienen que hacer.
Como
todos los funcionarios han tenido cuatro o cinco congelaciones salariales e
incluso un par de reducciones. Nada, “ajo, agua
y resina…”
Resumiendo.
Apenas se ha contado con ellos para aprobar e implantar un conjunto de medidas
que, supuestamente, mejorarían la calidad de la enseñanza y permitirían
abandonar esos últimos lugares que el país obtiene en los informes Pisa.
En
los dos últimos años, otra vuelta de tuerca. Aumento de las horas lectivas (no
especialmente traumático) y, sobre todo, del número de alumnos en clase que no
hace falta ser profesor para comprender que no mejorará, sino todo lo
contrario, el rendimiento de los alumnos. Y, en el caso de Baleares, el TIL,
esto es, el segundo intento de ir disminuyendo y, si pudieran algunos,
desterrando el catalán del sistema educativo. Esta medida la toma un gobierno
del mismo partido que puso en marcha la Ley de Normalización Lingüística en
vigor. Un TIL que es lo único que dicen que no están dispuestos a negociar
seguramente porque se trata, como dice el periodista Matías Vallés, del
Tratamiento Ideológico de lenguas.
En
este contexto ha estallado un conflicto de difícil resolución precisamente por
el carácter ideológico de la propuesta. Los profesores que han padecido esta y
anteriores administraciones educativas con paciencia y, en mi opinión, excesivo
estoicismo los han perdido entre otras cosas por el inadmisible argumento, por
tan descaradamente falaz, de que con el TIL disminuirá el fracaso escolar.
Sirvan
estas apresuradas líneas, antes de salir hacia Madrid, para manifestar mi apoyo incondicional a mis
excompañeros y para desearles suerte en una batalla tan difícil de ganar.
El 29 nos vemos.
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