Por favor, que gane pronto el PP.
No soy votante, desde luego, del Partido Popular, pero suelo leer, u ojear cuando menos, periódicos digitales como Libertad Digital, El Confidencial Digital o Periodista Digital; asimismo, muchas noches escucho algún rato la cadena de radio COPE y, muy de vez en cuando, zapeando, veo algún minuto canales de televisión como Intereconomía, Veo7, La10,…Pues bien, no había visto, leído u oído tanto odio, tanta mala baba, tanta visceralidad, contra el gobierno actual y, sobre todo, su presidente, desde los momentos finales de Felipe González. Es agotador y asfixiante tanta “información” tendenciosa y tanta opinión totalmente descalificadora de cualquier cosa que haga el gobierno o su presidente. Horas y horas, páginas y páginas, tertulianos y tertulianos, machacando lo mismo. ¿Cómo se puede sentir y qué puede llegar a pensar alguien que lo escuche o lea como única fuente de información u opinión?
Por eso, por mi propia salud mental y, caritativamente, por la de mucha de esta gente, deseo que cuanto antes mejor empiece a gobernar el Partido Popular y, espero que con ello, se rebaje un poco ese nivel de odio.
Como ejemplo de todo lo que antecede podría elegir un montón de escritos, pero creo que el que he elegido resulta revelador al provenir de uno de los personajes más significado de ese mundo y no siempre el más faltón.
“Y para cerrar las referencias a la enfermedad de Rubalcaba, les ofrezco el broche de oro que nos proporcionaba, a primera hora de la mañana de ayer, el delicado y exquisito Federico Jiménez Losantos: “Yo no sé si está malito o no Rubalcaba, lo que sí sé es que está de sobra. Pero cuando alguien está enfermo, hace lo que hizo Esperanza Aguirre. Dice me pasa esto, me voy a tratar de esta forma, hasta aquí llego, ahora me espera la radioterapia… ¿Y qué ha hecho Rubalcaba? Pues Leire Pajín dijo que tenía gripe, El País que una infección urinaria, ahora dice que no es cáncer de próstata… no, yo creo, [titubeos] eehh, valga la metáfora, Rubalcaba es un cáncer de la democracia, y hay que extirparlo cuanto antes, como a todos los cánceres, pero el de Rubalcaba es especialmente grave. Y una vez que se extirpe políticamente a Rubalcaba, que se cuide, que se cuide…”. ( Les ruego que pinchen el enlace y oigan el tono de ese “que se cuide, que se cuide…”.) Pero ya a la noche, con más tiempo, dice lo siguiente en su blog de Libertad Digital: “Desconozco si Rubalcaba está enfermo o lo finge, no acabo de entender cómo una exploración de próstata –tacto rectal, radiografías– por aumento del PSA puede producir infección urinaria, ni sé si tiene dañado el páncreas, la próstata o sólo la ética, que está moribunda (…) Rubalcaba puede estar como esté, pero el Ministerio del Interior tiene que entregar los datos y documentos que oculta fachendosamente a la Justicia. Y debe hacerlo ya. No se le han pedido a un tipo llamado Alfredo Pérez, sino al ministro del Interior (…) Si la extraña enfermedad de Rubalcaba (…)Yo deseo la curación de Rubalcaba, pero no por caridad sino por simple razón de justicia: tiene que sentarse en el banquillo por el caso Faisán. Y tal vez por el 11-M. Y seguramente, por comprar el silencio de los asesinos de los GAL. Rubalcaba puede tener una infección, o no. Pero el Gobierno de España y esta España sin Gobierno tienen una infección de ilegalitis que se llama Rubalcaba. Atiéndase. Opérese. Cúrese. Júzguese”. ( Extraído de El ojo izquierdo, 8 de marzo)
Por cierto, en el periódico digital en el que escribe Losantos, Libertad Digital, hacen publicidad de un calzado que eleva 8 centímetros la estatura. Yo no voy a hacer alusión, como hacen algunos con Leire Patín, a aspectos físicos, pero recomiendo ese calzado a muchos de los mencionados a ver si así elevan su estatura moral (sólo cuestan 135 euros).
110km/h
Otra de las grandes polémicas de nuestros días. Desconozco los estudios que se hayan realizado para decidirse por esa medida para ahorrar combustible; desconozco cuánto se calcula que puede llegar a ahorrarse; desconozco cuánto está costando ponerla en marcha; es decir, lo desconozco casi todo sobre la bendita medida. Sin embargo, creo que hay alguna cosa que conozco: quien se duerma conduciendo a esa velocidad también lo haría, y lo hará, conduciendo a 120; quien siga conduciendo a 150 ó 170, de lo único que tiene que preocuparse es de que la multa podría ser algo superior a la actual por la misma infracción; que los remedios que están dando los modernos arbitristas del siglo XXI, pueden que sean muy interesantes y muy útiles y muy reductoras del consumo, pero ya me dirá cómo se comprueba el estado de los neumáticos para recomendar su mejora, quién vigila para que los conductores conduzcan con marchas largas o no reduzcan la velocidad reduciendo la marcha sino pisando el freno,… Ya sé que se me dirá que no hace falta vigilar sino recomendar, hacer campañas de promoción de una conducción económica, animar, en definitiva, a ser buenos ciudadanos. Eso ya lo sé, pero llevo 62 años viviendo en este país y qué os voy a contar que no sepáis sobre cómo las gastamos por aquí en eso de la educación ciudadana (no confundir con la asignatura de título parecido).
Bueno, otra cosa que también recuerdo ahora haber oído en alguna parte es que en países como Rusia o Estados Unidos también es la velocidad máxima permitida, pero ya se sabe que el segundo es la cuna del intervencionismo estatal.
A vueltas con Vargas Llosa.
Acabo de terminar de leer El sueño del celta, la última novela de Mario Vargas Llosa. No voy a comentarla aquí -ya lo hago en otro lugar del blog¬-, pero sí quiero hacer alusión al importante tema que trata y, sobre todo, la visión que del mismo da. Me refiero a los efectos de la colonización del Congo y del Amazonas y a la explotación y maltrato de la mano de obra indígena para la obtención del caucho. Es uno de los alegatos más duros que he leído nunca sobre este tema. Para ello cuenta la historia de Roger Casament, personaje real que denunció a principios del siglo XX todas esas brutalidades.
Hace unos días escribí algo en este blog sobre la polémica creada en Buenos Aires por la presencia protagonista en el acto inaugural de la Feria del Libro del autor y del rechazo de un grupo intelectuales (entre ellos el director de la ¡Biblioteca Nacional!). Tras la lectura de este libro me reafirmo en lo que allí escribía: “¿intelectuales?”.
Por otras razones he tenido ocasión de refrescar estos días la memoria y ver cómo también otros intelectuales defendieron el stalinismo (después de 1956) o el maoísmo de la Revolución cultural. ¡Ah! Y se consideraban de izquierdas.
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