“Detrás de Manolis Axiotis, el principal narrador
del libro, se esconde un campesino de Asia menor que conoció los batallones de
trabajo entre 1914 y 1918, que más tarde vistió el uniforme griego, que vivió
el Desastre de 1922, sufrió cautiverio y conoció la cruda vida de un refugiado
(…)
Ya jubilado, vino a verme un día para entregarme un
cuaderno con sus recuerdos. Se había sentado pacientemente a escribir con sus
pocas letras todo lo que había visto sus ojos durante más de sesenta años.
De testigos así obtuve el material que necesitaba
para escribir esta novela y ello con el único objetivo de recrear un mundo que
se ha perdido para siempre.”
Estas palabras de la autora en el Prólogo escrito en
1962 describen muy bien el contenido y
la intención de la novela. Sioritíu, nacida en 1909 en Asia Menor, era muy
pequeña cuando se desarrollaron los horribles acontecimientos que se narran,
pero ha tenido que contar con muy buenos testigos porque la narración es
realmente extraordinaria tanto por lo que cuenta como por la forma de hacerlo.
Novela realista hasta extremos de una gran dureza y, al mismo tiempo, no exenta
de cierta vena poética.
Huyendo del maniqueísmo que hubiera sido lo fácil teniendo en cuenta el origen griego de la
autora y las matanzas que se relatan por parte de los turcos, no evita mencionar,
aunque sea de forma indirecta, las que perpetraron también sus compatriotas.
Una gran novela que pone en contacto con hechos que
yo desde luego desconocía totalmente como son los trabajos forzados y posterior
expulsión o muerte de los griegos que vivían en Asia Menor durante el imperio
otomano tras la caída de este.
Resulta curioso que las dos últimas novelas que he comentado toquen temas parecidos y de la misma época: el genocidio armenio de 195 en la anterior y el Desastre griego de 1922 en esta.
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