A lo largo de las 400
páginas de densa tipografía que componen el libro, la autora, una joven polaca
detenida en 1942 por colaborar con la resistencia y que pasó tres años en el
campo de concentración, va relatando la vida de las prisioneras, centrándose en
la dureza tanto del trabajo como, sobre todo, en la gran cantidad de enfermedades
epidémicas que había.
Apenas ofrece información
sobre su persona y tampoco es habitual que aparezcan en el texto los nombres de
otras prisioneras; no sucede los mismo con los de aquellos que tenían algún
tipo de cargo ya fuesen prisioneros también o miembros de las SS.
El relato, como todos los
que han tratado este tema, resulta bastante duro de leer en muchos momentos
incluso para quien, como es mi caso, está acostumbrado a los horrores de esa
época. Szmaglewska había publicado ya relatos antes de ser detenida y eso se
nota en su escritura que no es la habitual en este tipo de textos. Está muy
cuidada y por momentos adquiere un carácter muy literario.
Algunas cosas que me han
llamado especialmente la atención: el hecho de que cuando se producían los
despiojamientos –algo en principio positivo-, la mayoría perdían las pocas
pertenencias que tenían; la interesante diferencia que establece entre
organizar y robar o la escasa aparición de los crematorios pues hasta el
capítulo 14 (página 301), que se lo dedica íntegramente, solo hay alusiones del
tipo:
“Los largos días de verano
pasan uno detrás de otro. Cada vez llegan nuevos transportes que, como
generaciones que hubiesen cubierto su ciclo vital, van hacia el crematorio. Todo
cambia sin cesar. El ritmo vibrante del exterminio acaba con todo aquello que
el instinto humano de supervivencia había construido previamente.” (p.249)
Hay que advertir que la
autora estuvo presa en la zona del campo donde se encontraban mayoritariamente alemanas
y polacas, y menos de otras nacionalidades, pero no las prisioneras judías.
Aunque no son muy
habituales, también hay algunas reflexiones de carácter más general como:
“Si alguien quisiera medir
el comportamiento de los prisioneros en este período con parámetros y patrones
de tipo político, si sacara conclusiones e hipótesis de carácter nacionalista,
se equivocaría.
La muerte y la depravación
generada por la guerra hacen desaparecer las fronteras “raciales” y nacionales.
Entre la gente surgen divisiones de naturaleza muy distinta.” (. 307)
“Birkenau se ha convertido
en una selva en la que resulta fácil perder el rumbo. Nadie es capaz de
predecir cómo se comportará hoy ante un acontecimiento y cómo lo hará mañana. Tampoco
puede decir nadie cómo reaccionará su vecino de la izquierda, y cómo el de la
derecha, independientemente de su nacionalidad y raza. Aquí caen los
caparazones de los principios, los moldes de las buenas conductas que a veces
en una vida normal pueden ayudar a un hombre, a un don nadie, a atravesar muchas
situaciones de manera ejemplar sin que se dé cuenta de que es un cero a la
izquierda.” (p. 309)
En general, se trata de un
libro interesante aunque quizá demasiado extenso ya que se repiten muchas veces
las mismas escenas sobre todo cuando describe las diferentes epidemias que
tuvieron que soportar. Seguramente se debe a que lo finalizó el 18 de julio de
1945 lo que indica que debió ser escrito, al menos en parte, mientras estaba en
el campo y sucedían los hechos que relata.
Para quien no haya leído nada
sobre el tema no es la mejor forma de introducirse en él; para quien sí lo haya
hecho puede encontrar aspectos menos tratados en otros libros. En todo caso hay
que insistir en que está especialmente
bien escrito.
Buena reseña de Cecilia
Dreymüller en elpais.com
Seweryna Szmaglewska, Una mujer en Birkenau
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