Dice Ignacio Sánchez-Cuenca en el Prólogo: “Lizoain
ha escrito un libro fundamental para entender los cambios acelerados que se
están produciendo en los países desarrollados, el llamado “Primer Mundo”.
Ofrece un análisis muy completo de las transformaciones que están teniendo
lugar y de sus consecuencias políticas. Basándose en las fuentes más diversas,
va dibujando un retrato exacto (y sobrecogedor) de la situación en la que nos
encontramos a la salida de la crisis. Todas las piezas del rompecabezas van
encajando. El lector encontrará aquí integrados muchos análisis que puede haber
leído separadamente en ocasiones anteriores.” (p. 12-13)
Es un buen resumen del contenido del libro sobre
todo en esa referencia a la integración de análisis porque, efectivamente, creo
que la mayor virtud del libro es la
capacidad de unir los diferentes aspectos de la realidad y dar un cierto
carácter de totalidad al discurso. Además, y no es una virtud menor, Lizoain
sabe comunicar muy bien sus análisis, utiliza los datos precisos, saliéndose de lo que es habitual en estos estudios,
y lo hace con un lenguaje y una sintaxis sencillos.
Sin embargo, no se trata tanto de un libro
“fundamental para entender los cambios acelerados que se están produciendo en
los países desarrollados”, como también se afirma en el Prólogo. Hay muchos y
muy importantes para eso aunque es cierto que en ninguno se integran tantos
aspectos de la realidad.
Después de reconocer las varias virtudes que tiene
el texto, me gustaría hacerle dos críticas de muy distinta índole. Por un lado,
la que hago habitualmente a este tipo de textos, que siendo capaces de hacer
buenos análisis tienen tanta dificultad para plantear alternativas o, cuando lo
hacen, resultan tan poco concretas o realizables. Hablo de la habitualidad
porque me ha pasado muy recientemente con el, por otra parte espléndido, libro
de Noemi Klein. Así, reproduzco a continuación unos fragmentos en los que
Lizoain hace alguna indicación de las posibles salidas:
“Una ola de movilización desde abajo y de
participación local debe anticiparse al mundo que está por venir. (…) La lucha
por el clima no es solo una necesidad; también será la oportunidad para
construir una coalición nueva, masiva, democrática y transnacional.” (p.
209-210)
“Una
estrategia de resistencia exitosa no será propiedad exclusiva de un solo grupo.
Solo una acción amplia inspirada por una serie de fuerzas progresistas será
capaz de hacer frente a las fuerzas que tiene en contra. La gama puede ir desde
los comunistas hasta los liberales y los democristianos, pasando por los
socialistas, los socialdemócratas, los verdes y los radicales, acompañados por
anarquistas, piratas y otros partidarios de la horizontalidad. Todos ellos
componen las diferentes y desorganizadas tendencias del aún inexistente partido
del futuro.” (p. 219)
Resulta extraño que conociendo la realidad política
española y de otros países se pueda plantear hoy esa mezcla de apoyos, cuando
ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo los que piensan más o menos igual
en bastantes temas. También en el tema de la lucha contra el cambio climático
(por cierto que Klein en su libro también insiste bastante en ese tema), se le
puede objetar la idea a la vista de los problemas que en este momento existen
en la coalición UP en España con Equo, el partido que representa mejor los valores
ecologistas. Por lo tanto, ambas propuestas del autor quedan un tanto al aire.
Sin salirme de este primer tema sí quiero decir que me ha parecido interesante
el concepto que usa, ecoapartheid, que
es la primera vez que lo veo:
“Luchar
contra el cambio climático y oponer resistencia a la derecha radical van de la
mano. El uso masivo de combustibles fósiles juega en beneficio de los
reaccionarios en el presente y los fortalecerá en el futuro. Provoca las
migraciones y luego una reacción contra los inmigrantes. Exacerba los problemas
existentes y prepara el camino para soluciones autoritarias. Nos acerca a un
mundo de muros, El nombre de ese régimen naciente de separación y exclusión es
el ecoapartheid.” (p. 193)
La otra crítica que le haría al libro tiene más
enjundia y aquí no puedo desarrollarla porque es un tema para otro tipo de
entrada. De hecho en el blog ya he hecho alusión a esta idea en más de una
ocasión. Dice Lizoain con toda la razón:
“Casi toda la prosperidad de un individuo viene
determinada por su contexto: cuándo viven (la historia), dónde viven (la
geografía) y quiénes son sus padres (la clase social)”. (p. 129)
Pues bien, si queremos que al menos cambien los dos
primeros aspectos, esto es, si queremos un mundo en que la riqueza se reparta
de una forma geográficamente más justa, y mientras la economía no crezca a
tasas impensables (aunque creo que ni aun así), la única forma de lograrlo es
haciendo que los que más tienen cedan parte a los que menos; y entre esos que
más tienen estamos la inmensa mayoría de los habitantes de ese Primer Mundo
que, seguramente para bien de la humanidad en su conjunto, hoy está terminando.
No está esto entre las ideas que se defienden en el
libro, pero creo que es otro aspecto que habrá que ir considerando poco a poco.
Al margen de estas críticas, el libro me parece muy
recomendable y el autor una analista a seguir por la claridad con la que expone
sus argumentos.
David Lizoain Bennett, El fin del Primer Mundo.
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