Del comentario que hice del primer libro que leí de
Weil, Mendelssohn en el tejado,
reproduzco lo siguiente:
Dice Philip Roth en el Prólogo que: “(…)
más que un estilista sumido en la búsqueda implacable de la persuasión
minimalista, Weil era un narrador coloquial nato.”
Esta es la gran virtud de este libro, la
enorme capacidad narradora y creadora de situaciones del autor.
Y la reproduzco porque lo mismo se puede
decir de este segundo libro que además es anterior en la obra del autor.
Weil es un grandísimo narrador y
fabulador. En este caso, con un carácter claramente autobiográfico, nos relata
las penalidades para sobrevivir de un judío durante la ocupación nazi de Praga.
He utilizado dos términos que, curiosamente, no aparecen en el libro como son
judío, cuando aparecen se sabe por la referencia a la estrella amarilla, y
nazi, a los que se alude siempre como ellos.
Penalidades de todo tipo, desde las
relacionadas con la vida cotidiana: hambre, frío, dificultades para trabajar, vivienda
insalubre, etc. hasta, y son las más importantes, las relacionadas con los
padecimientos psicológicos como: miedo, incomunicación, cierto estado paranoico
y, sobre todo, soledad, mucha soledad como pueden atestiguar los siguientes
fragmentos:
“- No habla
usted mucho-dijo mi acompañante.
-Hace
tiempo que no socializo. Me he desacostunbrado a la conversación, excepto con
la gente con la que trabajo y con la que lleva una estrella. Y esos solo hablan
de la muerte.” (p. 122)
“-No tengo
a nadie-respondí-. Si muriera, nadie se enteraría hasta pasado un tiempo. No
tengo amigos. A las afueras, donde vivo, solo vienen a visitarme los mensajeros
con las citaciones.” (p. 130)
Y es que,
efectivamente, a lo largo de un texto de
casi 300 páginas que abarca un periodo de varios años, son pocos los momentos
en que Josef Roubicek, que así se llama el protagonista, entabla contactos humanos. Sin embargo, sí
tiene extensas conversaciones pero son con un gato que aparece por su casa y
que mantendrá a pesar de la prohibición expresa de tener animales hecha por la
autoridad. El otro contacto humano, si es que contacto puede llamarse, es con
los recuerdos de una pasada historia de amor, en gran parte producto también de
sus ensoñaciones.
Una novela
sobre la persecución de los judíos que se aleja bastante de lo habitual. Hay
referencias a los “transportes”, a los campos (aquí utilizando el “circo” como
metáfora), incluso al gueto (de Terezín), pero todas ellas sin el carácter de
horror que suele ser habitual en estos temas.
Como buen
autor nacido al lado de Praga, no pueden faltar los momentos kafkianos cuando
el protagonista recibe notificaciones con todo tipo de prohibiciones y, sobre
todo, cuando tiene que presentarse en una oficina de la que no le dan la
dirección y tiene que recorrer varias estancias hasta encontrarla casi por
casualidad.
También es
curiosa, teniendo en cuenta el ambiente que he estado describiendo, la presencia del sentido del humor en alguna
ocasión, pocas lógicamente.
Para
terminar reproduzco un fragmento en el que hay una crítica explícita a la
actitud de los ciudadanos checos:
“No les
prestábamos atención. No sabíamos si se compadecían o si se reían de nosotros.
Pero sin duda para ellos ya no existíamos, porque deseaban que no estuviéramos
allí para no tener que mirarnos, porque pasaban a nuestro lado y volvían el
rostro.” (p. 167)
Un libro
muy original por su planteamiento del tema y con un gran personaje
protagonista. Recomendable.
Del mismo
autor aún tengo pendiente de lectura el que publicó en los años treinta sobre
las purgas estalinistas que promete ser muy interesante.
Jirí Weil, Vida
con estrella. Traducción Patricia Gonzalo de Jesús.
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