miércoles, 3 de noviembre de 2021

Recuperando a un viejo conocido


 Hasta la publicación de Sefarad en 2001 había leído prácticamente todo lo publicado de Muñoz Molina. Desde entonces solo lo he hecho con el ensayo de 2013 sobre la crisis Todo lo que era sólido. Con este escritor me pasó lo mismo que, por ejemplo, con Amis, Auster o Barnes; me cansé de sus historias y de su forma de escribir. Sé que me he perdido libros interesantes de todos ellos, pero también que he podido descubrir otros escritores que han cubierto muy bien esas ausencias y me han seguido haciendo disfrutar mucho con la literatura.

Sin embargo, a pesar de lo dicho, de vez en cuando me he acercado a alguno de sus libros, pocos, y eso es lo que me ha pasado con este de Muñoz Molina.

El libro tiene tres partes diferenciadas: una especie de diario en el que recoge sus impresiones y su vida cotidiana en la época del confinamiento por la pandemia; otra en la que, terminada esta época, sigue haciendo lo mismo, pero no con esa estructura de diario, y escribe sobre el verano y otoño de 2020; la otra parte la dedica a narrar recuerdos de su infancia y adolescencia en Úbeda y a mostrar de alguna manera cómo era la España de los años sesenta y principios de los setenta. Estas partes están entremezcladas a lo largo del texto lo que hace que sea más entretenida su lectura.

Una primera consideración que se me ocurre es que estamos ante un libro que, dependiendo del momento en que pille al lector, puede gustar o ser de esos que se abandona una vez leídas 50 o 60 páginas. Yo no lo he abandonado aunque reconozco que estuve tentado de hacerlo.

Muñoz Molina escribe muy bien, pero también resulta un tanto pesado y reiterativo en lo que cuenta. Este libro con 150 páginas menos habría resultado seguramente un libro magnífico; las 343 que tiene creo que son excesivas.

¿Qué es lo que me ha hecho continuar con su lectura a pesar de lo dicho?

Creo que fundamentalmente dos cosas: por un lado, al compartir muchas de las vivencias que cuenta sobre la época del confinamiento, leer sobre ellas me ha hecho revivirlas y repensarlas; unos momentos tan especiales y seguramente irrepetibles en la vida de una persona merece la pena no dejarlos en el olvido tan pronto y, por otro lado, lo mismo me sucede con muchas de las cosas que describe de la vida en el campo en los años sesenta ya que, aunque yo era un habitante de Madrid, pasé varios veranos con la familia de mi abuela materna en un pueblo de la provincia de Toledo y allí ayudaba en la mayor parte de los trabajos agrícolas.

De lo primero puedo dejar dos fragmentos como ejemplo:

“Después, ya encerrados, en ningún momento me sentí vulnerable”. (p. 31)

“Todas las noticias eran malas. Todas eran peores al cabo de una hora, en el siguiente informativo”. (p. 57)

Y de lo segundo: 

“He visto a un hombre apalear a un burro atado e indefenso hasta que ya no le quedaban fuerzas o se la había partido la estaca con la que lo golpeaba. (…) He visto ahogar dentro de un saco a gatos recién nacidos y he visto cómo los mataban golpeando el saco contra una pared”. (p. 282)

Además, el autor va tratando temas interesantes como: la vejez, la familia, la inconsciencia de mucha gente en la pandemia, la desorganización del país, la falta de investigación, la situación de la educación, etc. También es muy recurrente a lo largo del texto la crítica bastante dura de los políticos (aquí los independentistas se llevan la palma) con razón unas veces, pero también un tanto exagerada otras.

Hablando de educación cuenta que su hermana le dijo que a la altura del mes de agosto de 2020 aún no tenían instrucciones de qué hacer para iniciar el curso. Me ha parecido bastante extraño porque en Baleares los centros tenían ya hecho un trabajo sobre los tres posibles escenarios y cómo organizar el curso en cada uno. Debe de ser que Madrid no siempre es la mejor Comunidad en todo.

En la misma línea, me ha llamado la atención que narrando los aplausos a los sanitarios del día 28 de abril, y ante el hecho de que desde unos de los balcones alguien gritara “¡Gobierno dimisión!”, Muñoz Molina dice: “Pero la bronca española ya ha infectado la tarde” (p. 144), aceptando así esa idea de la presidenta de su comunidad para la que Madrid es España.

Con estas apreciaciones me he desviado un tanto. Volviendo a lo importante del libro diré que tiene muy buenas descripciones, incluyendo las de los estados de ánimo, y también algunas interesantes reflexiones sobre el paso del tiempo que le llevan a decir algo con lo que no puedo estar más de acuerdo: “Pero lo que no puedo ni quiero de pronto imaginar para mí es una monstruosa vejez de noventa y cuatro años. Prefiero la tranquilidad de haber desaparecido”. (p. 235)

En definitiva, un libro recomendable con las matizaciones que he hecho a lo largo del comentario.

Hay una entrevista muy buena de Andrés Seoane en elcultural.com.

 

Antonio Muñoz Molina, Volver a dónde.

 

 

 

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