La guerra del Vietnam ha tenido un fuerte impacto
cinematográfico y le han dedicado magníficas películas directores como Coppola,
Stone o Kubrick. También se han hecho muchas y muy buenas series documentales
aprovechando la inmensa cantidad de material filmado y, seguramente, también se
han debido de escribir bastantes obras de ficción sobre unos hechos que
marcaron tanto a la sociedad estadounidense. Sin embargo, al menos en lo que yo
conozco, son pocas las obras que se han traducido al castellano. En el blog, en
una entrada de hace 11 años, aparece el comentario del libro de Tim O’Brien que
es el único que recuerdo haber leído sobre este tema. Por eso me llamó la
atención la publicación de este de Anderson
y, además, en la colección Al
margen de la editorial Sajalín. El libro fue publicado en inglés en 1987,
así que ha tardado tiempo en llegar hasta nosotros.
Su autor, Anderson, es un veterano de esa guerra y
luego trabajó como policía. Con ese bagaje se ha dedicado a escribir varias
novelas con el mismo protagonista de esta primera, Hanson, combatiente en esa guerra.
La novela está dividida en tres partes. La primera y
la tercera centradas en las peripecias de Hanson y otro conjunto de personajes
en la guerra, mientras que la segunda se dedica a enseñar el periodo de
formación previo al envío a Vietnam. Esta parte está compuesta por un conjunto
de situaciones que estamos muy acostumbrados a ver en las películas. Esos
sargentos duros hasta casi la violencia, pero también comprensivos, unos
entrenamientos que dejan exhaustos a los soldados, etc. Las otras dos también
muestran muchas cosas ya conocidas gracias al cine, pero Anderson sabe
narrarlas muy bien y hacerlas muy vivas.
El libro describe muy bien tanto los combates como
las relaciones entre los soldados, no ahorra la crudeza aunque tampoco se ceba
en ella y ofrece algunas novedades, al menos para mí, como es la presencia de
los montagnards (habitantes de las
montañas de Vietnam de los que habla muy bien) y los nungs (mercenarios de ascendencia china). Me ha chocado que la
droga tenga una presencia casi testimonial teniendo en cuenta la importancia
que siempre se le ha dado.
Anderson se muestra bastante crítico. Así, de forma
puntual critica la visita que el presidente realiza a las tropas o ridiculiza
los paquetes que envía la iglesia de Iowa a los soldados, pero a lo largo del
libro va deslizando críticas más profundas. Por un lado, las que dedica a
actitudes del ejército de su país. Algunos ejemplos:
“La atmósfera olía al máximo a terror y lujuria (…),
al almizcle de las violaciones en grupo omnipresentes en Vietnam (…)” (p.204)
“El año anterior, la Tercera Mecanizada había
acogido a más chavales sin acabar la secundaria que nunca. Cualquiera que
tuviese dos dedos de frente estaba escondido en la universidad o en la Guardia
Nacional. Acogían reclutas que eran criminales analfabetos y drogadictos
incapaces de seguir órdenes.
Los aspirantes a oficial con graduación de la
compañía no eran mucho mejores. Algunos de los nuevos subtenientes no tenían
autoridad ni para llevar un 7-Eleven, no digamos ya una unidad de combate”. (p.
426)
Pero, por otro lado, son constantes las que se hacen
a los miembros del ejército sudvietnamita, como se puede comprobar en los
siguientes fragmentos:
“ -¿Sabes lo que me gusta de ellos? ¿Eh? Nada. Ni
una puta cosa. No me gustan sus caras chupadas y huesudas, ni sus uniformes
culiprietos, ni esos andares de bujarra, ni el aliento asqueroso a pescado que
se gastan cuando se te plantan delante de la cara como si te fueran a dar un
morreo para hablarte en ese idioma quejicoso de mierda suyo y te soplan esa
peste a arroz y pescado entre los dientes podridos, solo que no saben hablar
con una voz ni medio humana, joder, lo único que saben hacer es pegar
chillidos. ¡Cómo odio cuando un amarillito de los cojones se me pone delante
chillando y meneando esos brazos esmirriados”. (p.254) (Lo dice uno de los amigos de Hanson.)
“Di Wee Tau era uno de tantos oficiales
vietnamitas que habían comprado su rango en Da Nang. Llevaba siempre las botas
bien abrillantadas con saliva por su criado y el uniforme bien ajustado por el
sastre”. (p. 367)
Como decía más arriba, el libro está bien escrito,
con una buena agilidad en la narración que apenas desfallece a pesar de alguna
reiteración. Tiene una buena galería de personajes y la ventaja de ser de los
pocos que se han traducido sobre el conflicto más importante de la segunda
mitad del siglo XX.
Hay una reseña muy completa de Gema Monlleo en
profesorjonk.com
Kent Anderson,
Compasión por el diablo. Traducción Rubén Martín Giráldez.
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