Debo la lectura
de este libro a la recomendación de mi mujer que me habló de él como de un
“libro bonito” y que, además, conoce
bien mi experiencia de la paternidad. He leído la mayoría de lo publicado por
Zambra; me encantaron dos libros, pero hay otros dos que me defraudaron,
precisamente los dos últimos que leí, por eso me mostraba reacio a este que
tenía la pinta de ser algo “rarito”. Craso error.
Zambra nos ha
regalado a todos, pero sobre todo a los padres, más aún a los que lo hemos sido
más o menos recientemente y, ya en el colmo de los colmos, a los que, como es mi caso, lo hemos sido a una edad que no
es la habitual, nos ha regalado decía un libro muy hermoso, un texto en el que
nos podemos ver reflejados en muchas de sus descripciones y reflexiones.
También, en otra faceta muy interesante del libro, podemos hacerlo como hijos
pues también hay textos desde esa perspectiva.
El libro está
dividido en dos partes. En la primera se recogen textos que van desde una
especie de diario de diferentes momentos del primer año de vida de Silvestre, que
así se llama su hijo, hasta una larga reflexión sobre la lectura en un
capítulo, Francés para principiantes,
que me parece de lo mejor y más emotivo del libro. La segunda se centra más en
una serie de relatos donde aparece también varias veces la figura del padre
vista desde el hijo.
Lógicamente hay
mucho de autobiográfico, pero también hay ficción si bien me atrevería a decir
que también con muchos elementos de la biografía del autor.
Se me ocurren
muchas reflexiones sobre un texto tan variado y con un tema que me afecta tanto
personalmente (he sido padre por primera vez a los sesenta años; mi hijo tiene
ahora 13), pero me apetece más que sean las palabras del propio Zambra las que
lo hagan. He seleccionado tres fragmentos muy ilustrativos:
“Ahora, a los
cuarenta y dos años, la paternidad ha sido para mí una verdadera fiesta. (…)
Pero si tuviera que resumir estos ciento cincuenta y tantos días en una frase
breve, mi telegrama diría: lo estoy
pasando muy bien”. (p. 21)
“Toda persona
que haya criado un hijo sabe que en muchas ocasiones la palabra felicidad inexplicablemente rima con la
palabra lumbago”. (p. 24)
(Esto,
que lo dice a los 226 días, yo lo
firmaría desde el primero porque, además, estoy operado de hernia discal en la
quinta lumbar)
“El diente que
le sale es el que perdemos; el centímetro que aumenta, el que nos
empequeñecemos; las luces que adquiere, las que en nosotros se extinguen; lo
que aprende, lo que olvidamos; y el año que suma, el que se nos sustrae”. (p.
15)
(Cita de Julio Ramón Ribeyro que vista desde
mi perspectiva no puede ser más acertada y cercana)
Creo que estos
fragmentos resumen muy bien algunos de los muchos aspectos que tiene la
paternidad. Por suerte, Zambra solo habla, solo puede hacerlo en estos
momentos, de esos primeros años porque a partir de cierta edad la cosa se
complica bastante, pero eso es otro tema y sería objeto de un libro diferente.
Hablaba antes
de un capítulo que el autor dedica a la lectura que me ha gustado mucho a pesar
de que en mi caso ha sido mi mujer la principal encargada de leer los libros
a mi hijo. En él hay también alguna reflexión que me ha llamado la atención
como lector empedernido que soy. Así:
“La literatura
silenciosa es en cierto modo una conquista; quienes leemos en silencio y en
soledad aprendemos justamente, a estar solos, o mejor dicho reconquistamos una
soledad menos agresiva, una soledad vaciada de angustia; nos sentimos poblados,
multiplicados, acompañados mientras leemos en silenciosa soledad sonora”. (p.
60)
Un libro
recomendable para todo el mundo, pero creo que imprescindible para quienes
tengan más o menos reciente la paternidad. Un texto sincero, hermoso, emotivo;
escrito por alguien sensible como demuestra bien en los relatos de ¿ficción? de
la segunda parte. En fin, un libro que como padre agradezco a Zambra y como
marido a mi mujer por su acertada recomendación
Hay una
interesante entrevista con de Jose Durán Rodríguez con el autor en
elsaltodiario.com.
Alejandro Zambra,
Literatura infantil.
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