martes, 6 de septiembre de 2011

ANDAMIO

Voy a poner a continuación tres notas sobre el mismo tema, Zapatero y la reforma constitucional. La primera y con mucho la peor está escrita por mí. Llevaba unos días con ella cuando aparecieron la de Ramoneda y Millás que me parecieron, sobre todo la segunda, espléndidas y así las he compartido en facebook y en el blog. No obstante, me ha apetecido publicarlas también aquí. Creo que se trata de tres visiones críticas aunque no siempre con el mismo enfoque.





El “sacrificio” de Zapatero

Dijo en su día el presidente José Luis Rodríguez Zapatero que estaba dispuesto a sacrificarse por el bien del país. Desde entonces no ha hecho más que aplicar toda medida que le recomendaban desde “Europa” y va a terminar sacrificándonos a todos.
La penúltima ha sido la idea de introducir en la Constitución la “estabilidad presupuestaria”. En un primer momento, y ésta parece que era la idea original, se trataría de constitucionalizar el déficit cero, esto es, sacrificar- asesinar más bien diría yo- a John Maynard Keynes, quien ya fue apuñalado en los ochenta por Milton Friedman desde la teoría y Margaret Thatcher o Ronald Reagan en la práctica, aunque con posterioridad pudo curarse de las heridas. Ahora, sin embargo, el nuevo ataque parece peor al provenir de gentes que siempre la habían defendido y protegido. Keynes ha sido seguramente la persona más influyente en la historia europea de la segunda mitad del siglo XX. Sin su Teoría General la posguerra hubiese discurrido por unos derroteros bien distintos y fue seguida, además, tanto por los socialdemócratas como por los critianodemócratas. De las últimas negociaciones se desprende que en la Constitución no se hablará de déficit cero sino que se dejarán las cifras para una posterior ley orgánica. Eso sí, abierto el melón nunca se sabe que puede pasar finalmente.
Otro sacrificio, o sacrificado en este caso, será Alfredo Pérez Rubalcaba al que la medida anunciada por Zapatero sin previo aviso, consulta, aprobación interna ni nada que se le parezca, pilló con el paso cambiado pues no hace mucho se había opuesto a algo parecido planteado por Mariano Rajoy. Ahora, claro está, apoya sin fisuras la medida y le parece que la estabilidad presupuestaria es una gran conquista social. Una muestra más de cómo funciona nuestra clase política que, cada vez más, se está convirtiendo de verdad en una “clase” con todo lo que esto significa de intereses y comportamientos comunes.
Otro sacrificado, en este caso colectivo, será probablemente el PSOE. Si ya estaba bastante tocado por la política económica, social, laboral, etc. del gobierno, a partir del enfrentamiento interno que se está produciendo la fractura puede ser importante, lo que unido al más que previsible desastre electoral, puede acabar con su casi desaparición. Ninguna pena al respecto. Un partido, ¡de izquierdas?, en el que desde hace años ha desaparecido el debate interno, en el que su secretario general actúa prácticamente como un déspota y ni siquiera ilustrado, que aplica una política criticada por el PP desde la ¡izquierda! El problema será reconstruir un grupo que tenga la socialdemocracia como bandera, pues será muy necesaria en el futuro la existencia de un grupo con esa idea política.




Josep Ramoneda, La puntilla, El País 4.9.2011


"Muy amenazada debe estar la familia de Zapatero para que el presidente se vea obligado a tomar las decisiones que toma". Me lo dijo una señora de cierta edad. Y la anécdota me parece un buen reflejo del desconcierto con que mucha gente -especialmente las personas que cuando llegó le vieron como una esperanza- sigue la agonía del presidente. La propuesta de reforma de la Constitución es un gesto típico del estilo Zapatero, que se basa en la convicción de que la política es impacto comunicacional. Antes de mayo de 2010, esta idea del ejercicio del poder venía acompañada de la ilusión de que, lanzado un mensaje, todo lo demás se daba por añadidura y siempre para bien, por la creencia en una presunta tendencia natural a que las cosas caigan del buen lado. En mayo de 2010, el presidente descubrió que el happy end no existe. Y el método del impacto comunicacional adquirió dimensión dramática, como respuesta al pánico.
La propuesta de reforma de la Constitución responde a este estilo. Vamos a provocar un gran ruido en la escena pública, los mercados se calmarán y los ciudadanos se resignarán porque comprenden que la situación es límite. A estas alturas, Zapatero ya debería saber lo efímeros que son los efectos de los impactos comunicacionales. Entre otras cosas, porque generalmente son medidas más espectaculares que efectivas. Estamos hablando de una reforma de la Constitución para fijar un límite al déficit público -no al gasto, como algunos parecen confundir-, cuyas cifras se establecerán por ley orgánica y podrán ser modificadas posteriormente. El objetivo de la norma no se alcanzará hasta 2020. Y no hay previsto ningún instrumento que permita obligar o sancionar al que no la cumpla.
Es dudoso que una modificación tan vaporosa pueda contentar a alguien y es complicado defenderla a la vista de los destrozos que ha provocado: aumentar la desazón de la ciudadanía; arruinar las ya escasas expectativas electorales del PSOE; evidenciar el espíritu gregario de sus diputados -ahora le llaman responsabilidad-, y abrir una nueva fase conflictiva en el Estado de las autonomías. Es difícil entender la urgencia de una reforma que deja todas las concreciones pendientes de una ley orgánica que sí puede esperar. Es difícil justificar que se salte la consulta a la ciudadanía en un país que ha hecho de la reforma de la Constitución algo extremadamente excepcional. Pero los dirigentes políticos sospechan que el referéndum daría expresión al malestar de la ciudadanía y no quieren arriesgarse. Con la reforma que proponen no se puede decir que PSOE y PP aumenten su prestigio: están declarando públicamente que no se fían de ellos mismos. No se sienten capaces de garantizar que gestionarán con prudencia si no se lo exige la ley. Y después nos piden que les tengamos confianza para gobernar.
Con todo, este desgraciado episodio, penúltimo eslabón de la agonía de Zapatero, tiene también sus aspectos positivos. Primero: se ha acabado el tiempo de los eufemismos. Ya no hay siquiera el esfuerzo de revestir con tópicos ideológicos la cruda realidad de la impotencia de los Gobiernos. Tanto Zapatero como Alonso lo han dicho sin ambages: "Es la opción más suave para calmar a los mercados", es "para intentar salvar a España de la presión de los mercados". Segundo: se ha roto el tabú de la reforma constitucional. Adiós al discurso que presentaba cualquier intento de renovar la Constitución como un atentado a la estabilidad democrática. Ahora ya sabemos que si PP y PSOE se lo proponen la Constitución se cambia y además a la carrera, sin espacio para la deliberación pública. Se ha abierto una espita para todos aquellos que piensan (o que pensamos) que a la Constitución ya le toca un baldeo. La vida política se reactivaría si florecieran las propuestas. Aunque no ignoro que el pacto PSOE-PP lleva incorporado un candado para cerrar la Constitución a cualquier otra iniciativa.
La despedida de Zapatero tiene algo de trágica. Es fiel reflejo de su trayectoria: incapaz de preñar de sentido a la cosa pública, su aventura se ha convertido en la historia de un bluff comunicacional. La evolución de su rictus da para una tesis doctoral. La reforma constitucional es la última vuelta de tuerca a un fracaso: aumenta la desconfianza y el escepticismo de los ciudadanos y deja a la izquierda desmantelada ideológicamente, escorando de modo peligroso el sistema político hacia la derecha. Llegó prometiendo cambiar España y, como ocurre casi siempre, el mundo le ha cambiado a él. La reforma ha sido la puntilla que Zapatero se ha dado a sí mismo y a su partido.







Juan José Millás, Otoño caliente, El País 2.9.2011

Es muy de agradecer que los mercados hayan dado a Zapatero órdenes tajantes de adelantar las elecciones. De otro modo, y en vista de la pericia que está demostrando en la marcha atrás, podría cargarse las leyes relacionadas con la igualdad y los derechos civiles que él mismo impulsó durante la primera legislatura. Resulta impresionante la velocidad a la que conduce la locomotora en dirección contraria a sí mismo. Aspiraba a ser un presidente borgiano y ha devenido en un converso radical, de los que se comen a los caníbales. Si antes le molestaba que los poderosos votaran todos los días del año, ahora le irrita que no lo hagan cada hora. Pero él está dispuesto a enmendar ese error de la naturaleza, le va a hacer a Rajoy el programa de siete legislaturas, para que no tenga necesidad de salir del letargo que se le atribuye. Ha dejado sin espacio a los partidarios de la derecha económica y a los de la extrema derecha financiera. Y para que quede claro quién manda aquí, gobierne quien gobierne, comunica sus decisiones al líder del PP antes que a los órganos del PSOE y que al mismísimo Rubalcaba, cuyo pragmatismo felipista, en tal situación, parece un realismo de provincias. En todo esto hay muy poco Borges y mucho Lazarillo de Tormes, o sea, más picaresca española que metafísica rioplatense. Y democracia cero, claro, lo llaman democracia y no lo es. Menos mal, ya decimos, que los mercados, como los ricos franceses, tienen su sensibilidad y le han dado órdenes de dejar de romper piernas, que se estaba pasando. En todo caso, ha puesto contra las cuerdas a su propio partido, a IU, a los sindicatos y al 15-M, que están lógicamente a cinco minutos de tomar la calle. Esto es lo que se llama no decepcionar al respetable. En otras palabras, una biografía, literalmente hablando, de la hostia. El otoño caliente está servido.

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