“En concreto esta novela será todo lo crepuscular
que se quiera, pero como documento barojiano, esto es, como documento para
saber qué es lo que pensaba o cómo había vivido Baroja los acontecimientos
históricos que le habían tocado en suerte, es insustituible, por no hablar de
sus entresijos autobiográficos.” (Del Posfacio de Miguel Sánchez-Ostiz)
No sé si se trata solo de una novela crepuscular
porque incluso tengo la duda de si considerarla una novela. No hay realmente
personajes de carne y hueso salvando quizá a Hipólito, una anarquista que más
parece un ángel; el narrador parece muchas veces un cronista de un diario; no
hay una trama más allá de la descripción de sucesos con errores de fechas
importantes; y así podría seguir.
Evidentemente, para los seguidores de Baroja y de su
obra puede tener interés conocer su visión de la República y la Guerra Civil,
para un lector normal creo que no. Existiendo los Campos de Max Aub, la trilogía de Barea o, más modernamente, Los días de llamas de Juan Iturralde,
por poner solo algunos ejemplos que conozco, sobra este texto de Baroja o, para no exagerar, no aporta nada ni al conocimiento de ese duro periodo ni a la literatura.
Además, pretendiendo ponerse un tanto por encima o, dicho de otra forma,
neutral, solo lo consigue en parte pues salen bastante peor parados los rojos,
los comunistas sobre todo, que los blancos (en la terminología que utiliza), lo
que no le evitó que la obra fuese censurada de tal manera en el año 1951 que no
se pudo publicar.
Finalmente, añadir que el autor estaba en Francia
mientras se desarrollaba el conflicto, por lo que los hechos que cuenta los
conocía bien por la prensa o por noticias que le llegaban de sus amigos y
conocidos.
Un libro totalmente prescindible.
Enlazo un
comentario interesante y muy ajustado en varios puntos a lo que pienso.
Hay una reflexión sobre los políticos
que creo que tiene mucha actualidad y por eso la reproduzco a continuación.
“-Malo es para un país no saber aprovechar la
energía de sus hombres.
-Esto que sucede en literatura, pasa en política en
mayor escala aún. Mientras en el político hay ideales ambiciosos, tiene que
contentarse con ser un comparsa de la gran comedia; su criterio no se cotiza;
las ideas no se aprecian, su energía o su talento parecen peligrosos. Pasa el
aprendizaje y cuando el político pierde todo propósito noble y decente, se
habitúa a las triquiñuelas y piensa en sacar partido de todo, y alcanza ese
dulce estado de indiferencia, cuando están ya todos sus instintos idealistas
muertos, entonces el individuo se halla a punto de figurar en política. De
figurar… no de hacer nada bueno ni útil al país.”(Pág. 83-84)
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