Tengo que reconocer que estuve tentado de abandonar
la lectura de este libro tras las 100 primeras páginas. No me estaba
interesando demasiado lo que me contaba y, además, la mayoría de los personajes
de los que hablaba me eran totalmente desconocidos, pero dado que Juan Bonilla
inicia su Prólogo diciendo que se trata de un “gigante”, decidí darle otra
oportunidad y seguí leyendo. No me arrepiento de ello aunque no sea uno de esos
libros cuya lectura recomiende. Por cierto, este es el segundo libro que se
traduce de una obra bastante considerable.
Se trata de algo parecido a una autobiografía del
período comprendido entre 1914 y 1926. El núcleo central del libro, y para mí
el más interesante, lo constituye su participación como oficial de artillería
en la guerra. No es lo mejor que he leído sobre ese tema, pero tiene su interés
porque lo hace de una forma un tanto original y con una mirada crítica.
Hablando de la guerra en general y de esa en
particular se pueden poner estos dos extractos que reflejan muy bien el
pensamiento del autor:
“Si sabe un poco de política quizás se pregunte:
¿Existe algún tipo de sociedad por la
que merezca la pena morir, o arruinarse? ¿Debemos tomarnos en serio el Estado
Soberano? ¿Hay alguna institución nacional tan meritoria, tan mora o
intelectualmente válida, que merezca que, por norma, le ofrezcamos nuestras
vídas?” (p. 285) (Subrayado en el
original)
“Le dotaron de un nombre, de una identidad satírica,
por decirlo de algún modo. Era “la Guerra para acabar con todas las guerras”;
“la Guerra que haría del mundo un lugar seguro para la democracia”; “la Guerra
que haría de Inglaterra el lugar idóneo donde pudieran vivir los héroes””. (p.
314)
Además de estas memorias del tiempo de la guerra,
Lewis habla bastante de literatura y en las dos últimas partes, de las cinco en
las que está dividido el libro, es el tema central. Vemos así pasar por sus
páginas a varios conocidos escritores con los que Lewis mantuvo relaciones, y
sobre todo con los tres que él considera los mejores: Ezra Pound, James Joyce y
T.S.Elliot. De estos tres cuenta principalmente la forma en que los conoció y
entabló amistad.
De Lewis hace Bonilla en el citado Prólogo la
siguiente semblanza:
“Desordenado, áspero, corrosivo, este autorretrato
lleno de gente nos presenta a uno de esos artistas que en medio del océano de
artistas y literatos de su época, supo ser una auténtica isla. Ir por libre le
costó caro. Pero puede que haya llegado la hora de abandonar el purgatorio en
el que el canon continental le ha mantenido, para asomar por fin su afilada
lengua que nunca temió nada de ese lobby
feroz que pretendió negarle su valor y su personalidad insólitos.” (p. 17)
En este texto apenas he encontrado ejemplos de esas
características. Sí que es cierto que al relatar su encuentro con Bernard Shaw
dice que fue un “acontecimiento insulso”, o también que en la primera parte
pasa de hablar de la guerra a hacerlo de su novela Tarr o del pecado original, pero se trata de momentos muy
puntuales.
En otro orden de cosas me ha resultado bastante
curioso que dos de sus lecturas en el frente fuesen Proudhon y Marx.
Mención especial en esta edición merecen las notas a
pie de página de la traductora que
facilitan bastante la lectura de algunos pasajes.
Como decía antes no es un libro que recomiende
aunque tampoco me arrepiento de haber completado su lectura.
Hay un
interesante perfil del autor hecho por Julia Luzán en elpais.com.
Wyndham Lewis, Estallidos
y bombardeos. Traducción Yolanda Morató.
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