jueves, 15 de marzo de 2018

Memorias del primer tercio del siglo XX



Tengo que reconocer que estuve tentado de abandonar la lectura de este libro tras las 100 primeras páginas. No me estaba interesando demasiado lo que me contaba y, además, la mayoría de los personajes de los que hablaba me eran totalmente desconocidos, pero dado que Juan Bonilla inicia su Prólogo diciendo que se trata de un “gigante”, decidí darle otra oportunidad y seguí leyendo. No me arrepiento de ello aunque no sea uno de esos libros cuya lectura recomiende. Por cierto, este es el segundo libro que se traduce de una obra bastante considerable.
Se trata de algo parecido a una autobiografía del período comprendido entre 1914 y 1926. El núcleo central del libro, y para mí el más interesante, lo constituye su participación como oficial de artillería en la guerra. No es lo mejor que he leído sobre ese tema, pero tiene su interés porque lo hace de una forma un tanto original y con una mirada crítica.
Hablando de la guerra en general y de esa en particular se pueden poner estos dos extractos que reflejan muy bien el pensamiento del autor:

“Si sabe un poco de política quizás se pregunte: ¿Existe algún tipo de sociedad por la que merezca la pena morir, o arruinarse? ¿Debemos tomarnos en serio el Estado Soberano? ¿Hay alguna institución nacional tan meritoria, tan mora o intelectualmente válida, que merezca que, por norma, le ofrezcamos nuestras vídas?” (p. 285) (Subrayado en el original)

“Le dotaron de un nombre, de una identidad satírica, por decirlo de algún modo. Era “la Guerra para acabar con todas las guerras”; “la Guerra que haría del mundo un lugar seguro para la democracia”; “la Guerra que haría de Inglaterra el lugar idóneo donde pudieran vivir los héroes””. (p. 314)

Además de estas memorias del tiempo de la guerra, Lewis habla bastante de literatura y en las dos últimas partes, de las cinco en las que está dividido el libro, es el tema central. Vemos así pasar por sus páginas a varios conocidos escritores con los que Lewis mantuvo relaciones, y sobre todo con los tres que él considera los mejores: Ezra Pound, James Joyce y T.S.Elliot. De estos tres cuenta principalmente la forma en que los conoció y entabló amistad.
De Lewis hace Bonilla en el citado Prólogo la siguiente semblanza:

“Desordenado, áspero, corrosivo, este autorretrato lleno de gente nos presenta a uno de esos artistas que en medio del océano de artistas y literatos de su época, supo ser una auténtica isla. Ir por libre le costó caro. Pero puede que haya llegado la hora de abandonar el purgatorio en el que el canon continental le ha mantenido, para asomar por fin su afilada lengua que nunca temió nada de ese lobby feroz que pretendió negarle su valor y su personalidad insólitos.” (p. 17)

En este texto apenas he encontrado ejemplos de esas características. Sí que es cierto que al relatar su encuentro con Bernard Shaw dice que fue un “acontecimiento insulso”, o también que en la primera parte pasa de hablar de la guerra a hacerlo de su novela Tarr o del pecado original, pero se trata de momentos muy puntuales.
En otro orden de cosas me ha resultado bastante curioso que dos de sus lecturas en el frente fuesen Proudhon y Marx.
Mención especial en esta edición merecen las notas a pie de página de  la traductora que facilitan bastante la lectura de algunos pasajes.
Como decía antes no es un libro que recomiende aunque tampoco me arrepiento de haber completado su lectura.
Hay un  interesante perfil del autor hecho por Julia Luzán en elpais.com.

Wyndham Lewis, Estallidos y bombardeos. Traducción Yolanda Morató.

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