Nueva incursión de John
Banville, con su pseudónimo, en la
novela policíaca con la particularidad de que ha decidido cambiar de
protagonistas en lo que parece ser la inauguración de una nueva serie. Si antes
era un bastante peculiar forense, el doctor Quirke, ahora lo será un también
peculiar policía del que pronto sabemos cosas como:
“Solitario. No tenía a
nadie: ni mujer, ni hijos, ni amante, ni amigos. Ni siquiera tenía familia;
unos pocos primos (…)
Sin embargo, su soledad
le parecía algo singular. Su vida estaba, según creía, en un estado de calma
peculiar, de equilibrio tranquilo (…)
El impulso más fuerte
de todos los que le dominaban era la curiosidad, el simple deseo de saber, (…)”
(p. 85)
A lo que habrá que
añadir lo que se dice en otros lugares: alto, desgarbado, no muy arreglado,
abstemio, etc.
Junto a él, como es
habitual en los libros de Black, un conjunto de secundarios bien caracterizados
y con su papel bien ajustado. Típico también del autor, el tiempo atmosférico,
un invierno especialmente frío y nevado, que le permite desarrollar algunas escenas y crear una
determinada atmósfera. No puede faltar un elemento clave en sus novelas que es,
además, uno de los aspectos que más me gustan de ellas: las alusiones a la
religión (alusiones siempre bastante o muy críticas). En este caso
incrementadas pues la novela empieza así: “Soy
un cura, por el amor de Dios, ¿cómo me puede estar pasando esto a mí? (p.9)(Subrayado
en el original)
Y lo que le está
pasando o, mejor dicho, lo que le pasa es que es asesinado. A partir de ahí, el
inspector Strafford, que es como se llama el nuevo protagonista, iniciará la
investigación para encontrar al culpable o culpables. Los primeros capítulos a
mí me han traído a la memoria las obras de Agatha Christie por el ambiente y el
inicio de las pesquisas, pero poco a poco la novela se va convirtiendo en más
parecida a lo habitual en Black, aunque es cierto que en este caso da más
importancia que otras veces a la investigación.
La historia se
desarrolla en 1957, con una breve excursión explicativa a 1947, y otra
aclarativa a 1967, y siempre dentro de una pequeña localidad del sur de
Irlanda. Algunos aspectos que refleja de esa sociedad son muy muy parecidos a
la que yo puedo recordar de España por aquellos años. Así, por ejemplo:
“La historia de
siempre, en Irlanda, el hijo enviado a la gloria del sacerdocio, mientras la
hija permanecía en casa para cuidar a los padres hasta que morían o quedaba
sola, todavía joven pero ya vieja, preparada solo para la soltería.” (p. 152)
Tengo que decir que me
costó algunos capítulos entrar en la novela; echaba de menos a Quirke y a
Dublín y no me interesaba demasiado la investigación, pero poco a poco he ido
dejándome llevar al nuevo mundo creado por Black y reconozco que me ha
entretenido y gustado este inicio de serie. Evidentemente, en ello tiene mucho
que ver lo bien que escribe este autor.
Hay una buena reseña de Laura Fernández en elcultural.com.
Benjamin Black, Pecado. Traducción Miguel Temprano
García.
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