lunes, 9 de julio de 2018

Más literatura húngara



Dentro del grupo de escritores centroeuropeos tengo una especial predilección por los escritores húngaros. He leído a bastantes y hasta ahora ninguno me ha decepcionado. Son buenos escribiendo, suelen contar historias interesantes, son reflexivos y, eso sí, suelen adolecer de un cierto pesimismo que, dicho sea de paso, no me disgusta.
De Szép leí hace unos meses un libro en el que de forma autobiográfica recoge sus experiencias como judío represaliado durante la guerra.
El que ahora comento también tiene bastante de autobiográfico aunque con un contenido bien distinto. Un escritor de cuarenta y siete años cuenta dos historias de amor y, sobre todo, reflexiona sobre muchos aspectos de la vida. Como dice Alejandro Gándara en el Prólogo:

“La obra que el lector tiene ahora entre sus manos no es un retrato del autor, es más que eso: es una auscultación silenciosa, casi clínica, de su sensibilidad ante las cosas y las gentes del mundo, sin diagnóstico, sin pesimismo, sin alarde emocional.” (p. IX)

Esas reflexiones son lo más interesante de un libro que, por otra parte, resulta bastante irregular porque esas historias de amor, si es que así se les puede catalogar, son demasiado superficiales o yo diría que incluso frívolas. Sin embargo, el libro gana cuando Szép se dedica a escribir sobre temas tan concretos como: la vejez (con alusiones a las arrugas y las verrugas), la enfermedad,  el porqué de los diferentes gustos y, por encima de todas, las dificultades de la escritura sobre la que afirma:
“Cuánto sufro con esta obra, qué desesperación cada mañana cuando me siento a escribirla, con el peso del folletín de la tarde en mente, como quien siente en el cerebro una bala no extraída; aún  no tengo ni idea del folletín, lo tendré que escribir a todo correr porque es el pan de mi madre y de mi hermana viuda.” (p. 117-118)

Otro tema que aparece de forma recurrente a lo largo del libro es la carencia de dinero y la acumulación de deudas, de tal forma que cuando se estrena una obra de teatro suya no cobra porque la misma empresa lo dedica a pagar a sus acreedores.

Otro ejemplo de sus reflexiones puede ser esta sobre el teléfono que me ha resultado conocida:

 “Hay gente dotada para el teléfono. Nacen dotados para el teléfono como otros para el piano. Yo no toco bien el teléfono. Hablo en la oscuridad, en el vacío, me pierdo. Digo medias frases. La sombra de lo que quisiera decir.” (p. 29)

Muchas de las cosas que dice, teniendo en cuenta que el libro está escrito en el primer tercio del siglo pasado, se podrían decir hoy también, pero lo haría alguien de sesenta y siete años y no de los cuarenta y siete del protagonista lo que demuestra de forma muy clara el gran cambio que se ha producido a lo largo del siglo en la vivencia de la edad.
En fin, otro buen ejemplo de la literatura húngara aunque menos potente de lo habitual.

Erno Szép, La manzana de Adán. Traducción Mária Szijj y José Miguel González Trevejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario