“El mundo está lleno de libros menores, como el que
tienen en sus manos. La culpa, como siempre, no es de uno sino de los demás y
en mi absoluto descargo les diré que está escrito sin otra pretensión que
entretenerles un rato.” (p. 199)
Siempre se ha dicho que, a confesión de parte… Pues
bien, partiendo de este reconocimiento del autor no tengo demasiado que
comentar de este libro que, efectivamente, me ha resultado entretenido (a mí
todo lo que tenga que ver con el periodismo me entretiene), pero también tengo
que reconocer que se trata de un libro intrascendente y prescindible.
No conocía a este periodista de La Vanguardia porque es un periódico que no he leído prácticamente
nunca. Es un hombre que se autodefine como liberal y que no parece muy
partidario del independentismo; tiene
sentido del humor, hace un buen uso de la ironía y, desde luego, tiene una
visión muy particular del cómo era el periodismo en los ochenta, época que por
lo que cuenta, tuvo que ser muy divertida para los profesionales una vez
terminada su jornada laboral.
Ha sido corresponsal en Extremo Oriente, Washington,
y París, pero apenas cuenta cosas que tengan interés de esas experiencias y lo
que cuenta sobre los conflictos resulta bastante superficial más allá de una
cierta crítica a Estados Unidos en algún momento. Es capaz de pasar de lo que
sucedía en la plaza Tahir de El Cairo a sus problemas internos haciendo
simplemente un punto y aparte.
Seguramente será más interesante para los lectores
de su periódico porque se mencionan muchos nombres de periodistas que trabajan
o han trabajado en él. Además, tiene la rara habilidad de poner bien a todo el
mundo.
El siguiente fragmento es un buen resumen del
carácter y la forma de entender algunas cosas de Luna:
“-Escribe tú, que te gustan la mujeres y la buena
vida. Nada de tabarras…
Palabra arriba, palabra abajo, eso fue todo. (Se refiere a lo que le dijo Màrius Carol
cuando le nombraron director de La Vanguardia y dejó su columna). Más que
suficiente. Entendí que no quería análisis de política internacional ni
pensamientos elevados. Yo también pensaba –y pienso- que un periódico es una
obra coral en la que no puede faltar alguna tontería. Un divertimento. La
anécdota personal, siempre y cuando se trate de algo en que el lector pueda
identificarse y hacer suyo. Además siendo un simple periodista sin ínfulas de
escritor, tampoco veo que tenga más valor escribir lo que no piensa que
escribir lo que uno hace y ve a su alrededor, incluyendo las actividades
nocturnas.” (p. 192)
¿Recomendable? Solo para adictos como yo.
Joaquín Luna, ¡Menuda
tropa! Aventuras y desventuras de un periodista divorciado.
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