No queda muy claro si se trata de una novela con
tintes autobiográficos o de una autobiografía novelada. Las coincidencias de
lugar, profesión y edad de la protagonista con la autora son demasiadas. En
todo caso, sea lo que sea, lo importante es que es un libro espléndido.
Dice José María Guelbenzu en su magnífica reseña en
elpais.com:
“Es una historia familiar de fragmentos y secuencias
unidos por una misma voz; una historia llena de vida, de dureza y de valor cuya
fuerza expresiva nos traslada a un mundo de supervivientes noqueados por la
guerra reciente y que crea un cuadro en el que la memoria reciente es la que se
ocupa de aunar el horror pasado y las dificultades de vivir en el presente.”
Aquí está muy bien expresado el núcleo de la obra:
Historia familiar a partir de la narración en primera persona de los recuerdos
de una niña al principio, de una joven después y de una mujer madura en el
tramo final. El mundo rural de los años sesenta es el lugar y momento desde el
que se empieza a recordar, pero son los difíciles momentos de la Segunda Guerra
Mundial lo que se recuerda, y sobre todo la detención y envío a los campos
nazis de la abuela, verdadera protagonista de toda la primera parte de la
novela. La representación de ese mundo rural está hecha con una gran precisión
y sensibilidad; de hecho a mí me ha traído innumerables recuerdos porque por
esos años yo pasaba largas temporadas en el verano en el campo.
Toda esta parte es lo mejor de una novela que decae
un tanto cuando, sobre todo a partir de la muerte de la abuela, el personaje
narrador termina la universidad y empieza una nueva vida. Cambia el registro y
lo que antes eran sobre todo descripciones, ahora se convierten en parte en
reflexiones de otro tipo. Por un lado, por las alusiones a la situación del
padre, pero también a la situación política de la zona, ya que la obra se
desarrolla en la Carintia austríaca y tiene como protagonistas a los miembros
de la minoría eslovena cuyos problemas irán apareciendo en este tramo final. Así,
en los dos fragmentos siguientes podemos apreciar alguno de ellos:
“¿Quién soy, a
qué lugar pertenezco, por qué escribo en esloveno o hablo alemán? Esas
declaraciones tienen un claustro de sombra por el que deambulan fantasmas con
nombre como lealtad y traición, posesión y territorio, mío y tuyo. El cruce de
la frontera no es aquí un proceso natural, es un acto político.” (p. 216)
“Y como en la historiografía yugoslava y eslovena de
la postguerra sólo estaba permitido glorificar los méritos de los comunistas,
parece obvio que los demás partisanos, creyentes y no creyentes, apolíticos y
tibios, decepcionados, escépticos o desencantados, desaparecieran de la
percepción general.” (. 219)
Este aspecto reconozco que me ha resultado bastante
interesante por lo novedoso ya que no conocía en absoluto la existencia de esa
minoría y sus problemas.
Tampoco ahorra alguna crítica a Austria, país del que
llega a afirmar algo tan duro como que:
“Nadie en aquel país tan hábil en las artes de la
simulación dio la bienvenida a los nazis, nadie añoró el Gran Reich Alemán, nadie
se convirtió en culpable, nadie participó en la solución final, sólo
participaron un poquito, mataron un poquito, gasearon un poquito, pero no
cuenta, nada cuenta.” (p. 244)
De todas formas, más allá de estos detalles
históricos concretos, lo realmente bueno de esta novela es lo bien que está
contado todo, la magnífica recreación de todo un mundo rural hoy prácticamente
desaparecido en esa zona y la creación (o recuerdo) de unos personajes muy
interesantes y con una vida muy intensa por la época que les tocó en suerte.
Maja
Haderlap, El ángel del olvido.
Traducción José Aníbal Campos.
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