Inicia Guallar el libro con una nota sorprendente
pues cuenta que: “El original del libro, las copias digitales, así como la
mayoría de las libretas, notas y material acumulado durante diez años para su
redacción se quemaron en un incendio el 29 de mayo de 2018…(..)
Lo que viene a continuación es producto de la
memoria y de los restos del naufragio; lo poco que sobrevivió al fuego y lo que
he podido rescatar a través de amigos, conocidos y cajas varias que se quedaron
en el camino …” (p. 13)
Al leerla lo primero que me pregunté es qué me iba a
encontrar entonces en un libro de más de 400 páginas. Si sorprendente fue la
información de la nota, más lo ha sido la lectura de este, por tantas razones,
magnífico libro. Parece que uno se espera que un texto sobre Afganistán, ese
país del que siempre que tenemos noticia
es por algún atentado o enfrentamiento armado, trate sobre la situación
política y/o geopolítica de la zona, sobre la evolución económica, etc. Sin embargo,
a pesar de su extensión, en el libro esos temas solo aparecen muy de vez en
cuando y más como contexto y fondo de las historias que como tema principal.
Guallar ha dividido el libro en cuatro partes que se
corresponden con sus cuatro estancias en
el país entre 2008 y 2018. Estancias en las que, además, ha trabajado para
empresas e instituciones muy diversas
que van desde el Round Group al principio (aquí tiene un excelente capítulo
dedicado a su jefe en esta peculiar empresa), al diario El Mundo en la parte
final, pasando por la UNESCO o la OTAN. Esta variedad de “patrones” le ha
permitido asistir a multitud de acontecimientos y situaciones que son lo que
narra en un libro que está compuesto por un conjunto de reportajes y crónicas
sobre los más variados temas como, por ejemplo: el posible origen del nombre de
Kabul, la geografía de Afganistán, lo que hace una patrulla en la carretera de
la muerte, el funcionamiento de una escuela rural, las sensaciones que se
producen cuando hay un terremoto o cómo se siente un extranjero cuando es
detenido y llevado a una comisaría de policía (algo que le sucedió durante su
segunda estancia). Esto y muchísimo más pues el libro tiene 29 capítulos.
Además de la variedad de temas me gustaría destacar,
por un lado, la honestidad del periodista que le lleva a hacer más de una
autocrítica y, por otro, la crítica que hace también en varios momentos tanto
de los organismos internacionales como de la actuación de algunas ONGs.
Guallar funciona por libre lo que le facilita
también la elección de para quién trabajar y qué temas elegir según con quién
lo haga. De ahí esa variedad a la que me he referido ya más de una vez y
también el tratamiento dado a temas muy comprometidos, y más en concreto a dos:
los niños prostituidos por el ejército y la policía o el terrible capítulo
dedicado a la venta de menores para el matrimonio en el que se explica muy bien
cuál es la situación de la mujer con algunos ejemplos reales que resultan escalofriantes
y difíciles de leer. En este sentido, llama mucho la atención la cifra que da
de 11.000 suicidios en los nueve primeros meses de 2016, la mayoría de mujeres
víctimas de matrimonios forzados. Por cierto, todo ello en un país en el que
los talibanes están luchando por volver al poder, es decir, en una teórica
democracia.
Otro capítulo realmente interesante es aquel en el
que el autor va incrustado en una patrulla del ejército estadounidense y hace
un relato muy visual de la experiencia y aclara bastante bien cuál es el papel
de ese ejército en el conflicto.
En fin, esto es solo una pequeña muestra de lo mucho
que se puede encontrar el lector en este excelente trabajo que tiene también la
virtud de una buena escritura a pesar de que Guallar se declara sobre todo como
fabricante de imágenes. De hecho a esto se dedicó en varios de sus trabajos
sobre todo al principio. En este sentido, es una pena que no se acompañe la
edición de fotografías, pero se perderían en el incendio.
Un libro muy recomendable porque ayuda a comprender
mejor una sociedad tan compleja como la afgana de la que solo se tienen
noticias muy fragmentarias y muy de vez en cuando, y también porque hace pensar
sobre el papel que jugamos los occidentales en zonas y situaciones tan alejadas
de nosotros.
Hay una interesante entrevista de Edurne Concejo en
lavanguardia.com
Amador guallar, En
la tierra de Caín. Viaje al corazón de las tinieblas de Afganistán.
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