Creo que es el primer escritor mozambiqueño que conozco, más
allá del gran Henning Mankell que, obviamente, no lo era aunque pasó allí
muchos años y escribió más de un libro que se desarrollaba por esa zona.
De Couto he visto bastantes veces en las librerías su Trilogía de Mozambique, pero me asustaba
el tamaño. Ahora, tras esta lectura me voy a animar con él y seguramente con
algún otro de los varios publicados por la misma editorial, Alfaguara.
El libro que ahora comento recibió el Premio Literario
Manuel de Boaventura cuyo jurado dijo de él: “Una narrativa de elevada madurez
literaria que, con una sensibilidad particular, consigue cruzar distintas épocas de la realidad mozambiqueña,
ofreciendo al lector una expresiva representación del país en los periodos
colonial y poscolonial”. (Fragmento reproducido por la editorial en la
contraportada del libro.)
Esas épocas son dos: 2019, momento en el que el
protagonista, Diogo Santiago, acude a su ciudad natal para recibir un homenaje,
y 1973, en plena guerra, en el que fue con su padre a un viaje en busca de un
primo desaparecido.
El narrador, el propio Diogo para todo lo sucedido en1973 se
vale de un conjunto de documentos que le facilita una mujer y en el que se
incluyen desde archivos de la PIDE (la policía política portuguesa) a diarios
del mismo Diogo y de su padre, así como una correspondencia muy variada. De
esta manera vamos conociendo, en capítulos alternos y siguiendo siempre un
orden cronológico en cada uno de ellos, una serie de historias de un variado
conjunto de interesantes personajes.
Por momentos la novela se convierte en una especia de thriller por las implicaciones que va
teniendo la búsqueda del familiar, pero siempre está detrás la intención
crítica de Couto de toda la época colonial y con algún apunte también a los
momentos posteriores a la independencia.
Un fragmento como ejemplo:
“Maltratáis a vuestras mujeres en casa y abusáis de las de
fuera. Aquí, en Inhaminga, hace mucho que se mata a las mujeres. Y a los niños.
Esto no es una guerra, Virginia. Ni nosotros somos soldados. Solo somos el
gatillo vivo de los mandamases sin rostro”. (p. 131)
Couto es un gran narrador, hace que la historia fluya a buen
ritmo y construye unos magníficos personajes. Más de una vez mientras leía el
libro tenía la sensación de estar leyendo a un escritor sudamericano tanto por
la atmósfera como por algunos de los personajes que, además, tienen nombres muy
parecidos a los que se usan al otro lado del Atlántico, a lo que hay que añadir
que hay un par de momentos en los que apunta el
“realismo mágico”.
Además, por si todo esto fuera poco, se dice en la Nota del
autor que: “Esta narración de ficción está inspirada en personas y episodios
reales”. (Concretamente en su padre.)
Una buena novela que anima a seguir conociendo la obra de
Couto.
Mia Couto, El mapeador
de ausencias. Traducción Rosa Martínez-Alfaro.
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