De Herrera he leído ya dos libros: una novela corta hace
varios años y más recientemente una especie de reportaje sobre el incendio en
una mina. Ambos me parecieron espléndidos y de ambos me llamó la atención el
empleo que hace el autor del lenguaje. En poco tiempo he tenido la ocasión de
conocer la obra de tres escritoras mexicanas en las que una de las cosas que
destaca es, precisamente, el uso magnífico que hacen del lenguaje. Me refiero
a: Fernanda Melchor, Brenda Navarro y Sylvia Aguilar. De las tres hay libros comentados en el blog.
Insisto en este aspecto porque es lo que más me ha llamado la atención y más me
ha gustado de este libro de Herrera.
Imagina el autor lo que vivió Benito Juárez en Nueva Orleans
cuando se exilió allí el 29 de diciembre de 1853 y donde permaneció hasta junio
de 1855.
Dice Herrera al final de la introducción en la que pone al
lector al tanto de lo que va a leer:
“Toda la información sobre la ciudad, los mercados de gente,
los mercados de comida, los crímenes diarios, los incendios semanales, puede
corroborarse en documentos históricos. Ésta, la historia verdadera, no”. (p. 8)
Así, las interesantes informaciones que da sobre, por
ejemplo, los creoles y los grupos sociales que habitan la ciudad, sobre el
tráfico de esclavos y el de mujeres o
sobre las celebraciones del Mardi Gras, responden a la realidad. Lo que
le sucede a Juárez y al pequeño grupo de exiliados que le acompañan son pura
ficción.
Como decía antes, yo destacaría del texto el estilo, el
lenguaje (no siempre fácil de entender y seguir), es decir, los aspectos más
formales de la novela. Sobre el contenido, formado fundamentalmente por un
conjunto de escenas con variados protagonistas, tengo que reconocer que no
siempre he sido capaz de seguirlo, que hay escenas cuyo verdadero significado (bueno, el que el autor haya querido darle) me he perdido y, en
definitiva, que no he seguido demasiado bien la historia. Sin embargo, también
tengo que decir que no me ha importado tampoco demasiado, el placer de la
lectura se imponía. Además, hay capítulos como el que dedica a hablar del
verano y el calor que me parecen muy logrados.
Una novela corta, apenas tiene 181 páginas en tamaño
bolsillo, que se sale de lo habitual.
Yuri Herrera, La
estación del pantano.
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