“Siempre vuelvo a mi punto de partida. El
gaseoducto. El puerto. Los silos. Los depósitos de agua. La ciudad. Las ratas.
La combinatoria. Los refranes de mi madre. La oficina. El bolsillo nº 21. Las
poluciones nocturnas. El dichoso informe sobre la campaña de limpieza. La
esponjosidad del otoño. Las rebabas. La vida rígida. El silencio. Las fichas.
El almuédano. Los gasterópodos pulmonados. El autobús de las 8:30. La inflación
importada. La fidelidad al Estado, etc. Me estoy repitiendo”. (p.92)
Efectivamente, de eso trata el libro, de las
obsesiones de su protagonista, un funcionario encargado del departamento de
desratización de una ciudad de la costa argelina. Paranoia, ambiente un tanto
asfixiante, repeticiones constantes de los mismos temas, soledad, etc.
Puede tratarse y leerse, como se dice en la
contraportada, como una crítica del régimen argelino, pero también como una
reflexión sobre la burocracia, la alienación en el trabajo, la deshumanización,
en definitiva, sobre el hombre en el mundo contemporáneo.
Su lectura resulta bastante perturbadora y en
algunos momentos recuerda un poco a Kafka. Al final deja un cierto regusto amargo,
pero se lee con interés y es realmente original.
Hasta el momento, los escritores argelinos que voy conociendo me parece que cuentan historias con mucho trasfondo y muy bien escritas.
Rachid Boudjedra, El caracol obstinado
No hay comentarios:
Publicar un comentario