Este es el segundo libro que se traduce en España de
la ganadora del Nobel de 2015, pero es el primero que publicó allá por los años
ochenta, aunque con algunos recortes hechos por la censura que recoge en esta
nueva edición. En mi caso también se trata del segundo que leo pues ya había
leído Voces de Chernóbil libro que,
por cierto, me impactó y me pareció una forma de trabajo periodístico realmente
novedosa y atrayente, que he corroborado al leer el que ahora comento. Dicho
método lo inauguró en este estudio sobre la participación de las mujeres en la
Segunda Guerra Mundial.
Desde el principio deja Alexiévich claros cuáles son
sus objetivos, qué es lo que quiere reflejar en su libro y de dónde obtiene la
información:
“No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser
humano en la guerra.
No escribo la historia de la guerra, sino la
historia de los sentimientos. Soy historiadora del alma.” (p.19)
“Cada uno cuenta a gritos su propia verdad. La
pesadilla de los matices. Es preciso oírlo todo y diluirse en todo,
transformarse en todo esto. Y al mismo tiempo no perderse. Fundir el habla de
la calle y de la literatura. La dificultad adicional es que hablamos del pasado
con el lenguaje de hoy. ¿Cómo se podrán transmitir los sentimientos de
entonces? (p.19-20)
“Decenas de viajes por todo el país, miles de metros de cinta grabados. Quinientas
entrevistas, luego las dejé de contabilizar, los rostros se borraban, solo
quedaban las voces.” (p.41)
Aparece aquí una idea que es en mi opinión uno de
los elementos fundamentales de su obra: esa fusión que menciona del habla de la
calle y la literatura. Al igual que sucede con el libro dedicado a Chenóbil,
las voces de los protagonistas están reconvertidas en un lenguaje diferente del
meramente popular, y ahí se aprecia la mano maestra de la autora que, sin
alterar lo sustancial del mensaje,
consigue así que se pueda hacer una mejor lectura.
Por sus páginas aparecen mujeres que hicieron todo
tipo de trabajos en la guerra. Así,
dentro de los servicios: predominio de médicos, enfermeras y auxiliares
de enfermería; también algunas cocineras o lavanderas. En lo propiamente militar:
francotiradoras, conductoras, operadoras de transmisiones, mecánicas, pilotos,
soldados de infantería, de ametralladoras antiaéreas, tanquistas, partisanas y
guerrilleras.
Los textos los articula la autora en torno a
diferentes subtemas como: la muerte, la memoria (lo que se recuerda), los
trabajos no estrictamente militares, el amor, las represalias a los familiares
de las guerrilleras, los hijos, la victoria, las violaciones, etc. Precisamente
aquí veo yo una de las debilidades del libro ya que me parece que no siempre
están bien encajados los textos con el tema de referencia.
También quiero comentar dos aspectos que me parecen
criticables. Por un lado, el buen comportamiento que siempre aparece que se
tiene con los prisioneros heridos y que no casa demasiado con lo que leí hace
muy poco en el libro Tierras de sangre
que, además, se desarrolla en gran medida también como este en tierras de Bielorrusia. Lógicamente son
testimonios de enfermeras, pero la autora no incluye ninguna matización. Por
otro lado, solo en una ocasión se habla de violaciones de alemanas por parte de
los soldados soviéticos, y también solo una vez de acosos a sus propias
compatriotas. Me parece poco en un libro de más de 350 páginas escrito por
mujeres y sabiendo lo que se ha sabido de cómo fue el comportamiento de los
distintos ejércitos. Desde otro punto de vista, me ha llamado la atención la
edad tan temprana a la que se incorporaban las mujeres a la guerra (apenas
diecisiete o dieciocho años) y el encendido patriotismo que les llevaba
incluso a abandonar a la familia y a los
hijos recién nacidos.
Dicho todo lo anterior, estamos ante un libro
magnífico, estremecedor por momentos, brutal, con descripciones desgarradoras,
emocionante; ante un texto en el que aparece lo peor pero también lo mejor de
los seres humanos expuestos casi siempre a situaciones extremas. A pesar de
algunas reiteraciones que, sobre todo en la parte central, hacen un poco pesada
la lectura, es un libro que hay que leer lo mismo que hay que hacer con el que
posteriormente dedicó a Chernóbil utilizando la misma técnica que, además,
había depurado bastante haciendo más ágil la narración.
Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer
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