Ha sido un gran año en lo que se refiere
a la narrativa. Un año de descubrimientos que, aunque tardíos, me han hecho
disfrutar de grandes escritores como: Natalia Ginzburg, Patrick Deville, Sergio
del Molino o Leo Perutz. Pero también es el año en que he continuado con la
obra de Elena Ferrante.
Sin embargo, solo dos de ellos salen
entre los cinco que he seleccionado. Y es que leer los relatos de un autor de
Corea del Norte (creo que es la primera vez que se traduce a alguien de esa
procedencia); la historia de esos dos jóvenes al final de la segunda guerra
mundial que cuenta magníficamente Rothmann; y, desde luego, esa historia de sindicalismo
en la Suecia de principios del siglo XX que ha recreado alguien como Per Olov
Enquist, son otras tantas experiencias que dejan huella.
Al margen de la narrativa quedan otros
cinco libros. Tres tienen a periodistas como autores. Uno me ha enseñado un
montón de cosas sobre una zona del mundo por la que siento mucha admiración, y
algo de envidia: los países escandinavos; otro, Caparrós, me ha enseñado de
todo y, sobre todo, me ha hecho gozar de su extraordinaria forma de contar las
cosas; y, finalmente, me han sido muy útiles las reflexiones encargadas por
Enric González a un conjunto de profesionales muy bien seleccionados. (Ya he
dicho muchas veces en el blog que el periodismo es uno de los temas que más me
interesan y a la vez preocupan.)
Hay también un interesante y
original libro de historia sobre cómo se
vivió la segunda guerra mundial en Alemania y, para terminar, uno de esos
libros que marcan y que hay momentos en que uno desearía dejar de leer por su
dureza: las memorias de otra Ginzburg, en este caso rusa, que sufrió las
represalias del estalinismo y que ha escrito uno de los mejores libros que he leído
nunca sobre los campos de concentración.
Como todos han sido comentados ya en el blog en su momento, ahora me he limitado a mencionarlos y a dar una breve justificación de su elección.
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