Vaya por delante mi agradecimiento a la editorial
Errata Naturae por darnos a conocer a escritores tan variopintos como Edna
O’Brien, Brigitte Reimann, Lidia Chukóvskaia o el presente Luciano Bianciardi.
Ninguno me ha resultado apasionante, pero en todos he encontrado aspectos
interesantes que me han llevado a que con todos haya repetido con más de un
libro.
En este caso, se trata del tercero que publican y el
tercero que leo de Bianciardi. Un escritor italiano de mediados del siglo
pasado bastante peculiar por sus historias y su forma de contarlas. Aquí el
tema central del libro es la crítica, hecha de una forma un tanto sarcástica y
con sentido del humor, del mundo cultural italiano centrado sobre todo en el mundo
editorial. Realmente se trata de una continuación, o si se prefiere de una
concreción, de la crítica que empezó con su primera novela El trabajo cultural.
En los dos primeros capítulos el protagonista, Luciano Bianchi (curiosa similitud), cuenta la
llegada al norte (Milán) juntamente con su hermano Marcello para trabajar en
una editorial. Hay una buena descripción de la ciudad y de los contrastes entre
lo rural y lo urbano. A partir del capítulo tercero se centra ya en el objeto
de su crítica, esa editorial que no publica nada, en la que hay múltiples
reuniones infructuosas en las que solo se planifica una y otra vez, en la que
se debate permanentemente sobre el uso del punto y la coma, los dos puntos o
las comillas. En definitiva, un lugar en el que apenas se hace un trabajo útil.
Un ejemplo:
“He de decir, en honor a la verdad, que a veces
Marcello compartía conmigo la desilusión por el cariz que estaban tomando las
cosas. “Hemos ido a dar con una panda de locos”, me decía. “¿Te das cuenta de
que cada día tienen ideas nuevas y no profundizan en ninguna?” (p. 73)
Además, aunque no se diga explícitamente -en más de
una ocasión un personaje lo da a entender diciendo: ”tengo los ideales que
tengo”-, dicha editorial pertenece a gentes de izquierda que hacen afirmaciones
como la siguiente:
“- Yo no quiero echar a nadie, lo sabes de sobra,
teniendo los ideales que tengo. He dicho reestructurar. Mira, con lo que gana
Marta se podría contratar a dos mecanógrafas expertas y rápidas. ¿Y sabías que,
al parecer, Marta quiere casarse? Una empresa sana jamás tiene en plantilla a
mujeres casadas.” (p. 66)
Creo que con estos dos ejemplos se ve claramente por
dónde van sus críticas. Por otro lado, la novela, tan corta como las otras dos
ya publicadas, se lee prácticamente de un tirón y da una buena visión de lo que
era la izquierda italiana vista desde la perspectiva de un autor situado en
ella, pero en una posición bastante radical.
Luciano Bianciardi, La integración. Miguel Ros González.
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