“El periodismo exige tesón, ética, esfuerzo, ponerle
alma, madrugar, trabajar, escuchar y estar dispuesto a aprender cada día.” (p.
212)
Si a estas palabas que Aldekoa escribe en la última
página del libro le añadimos sensibilidad, queda perfectamente definido el
autor de este magnífico libro.
En los dos primeros meses del año pasado leí los dos
libros que Aldekoa había publicado. Quedé realmente entusiasmado con lo que
contaba y con la forma de hacerlo. Creo recordar que en mi comentario en el
blog destacaba alguna de estas características. También
recuerdo mencionar a otros periodistas como Ramón Lobo o Mikel Ayestaran que
están, cada uno en su especialidad, en la misma línea de Aldekoa. No son los
únicos buenos reporteros que existen hoy, pero sí que están entre los mejores
dentro de una profesión que está dejando mucho que desear en otras facetas
distintas del reporterismo.
Sobre este libro dice el autor:
“No es un libro de ganadores, aunque sus
protagonistas a veces triunfen. Tampoco de perdedores, aunque alguna de estas
historia africanas tengan finales amargos. Este es un libro sobre seres humanos
que lo intentan. Hombres y mujeres que sufren, ríen, opinan, evolucionan, se
rebelan y luchan. Protagonistas activos de sus vidas que se revuelven ante un
destino que los quiere sometidos, encadenados, víctimas. Para quienes la rabia
es una forma extraña de esperanza. También es un libro de personas que viven
más allá de las luchas nobles y los grandes dramas. De gente normal.” (p.
16-17)
Gente normal, efectivamente. Esa es la gran
aportación del autor al conocimiento de la realidad africana: su gran capacidad
para mostrarnos la realidad, en lo negativo pero también en lo positivo, a
partir de las experiencias de personas normales y corrientes que, eso sí, a
veces tienen historias muy lejos de esa normalidad.
El libro se divide en 17 capítulos en los que
tenemos ocasión de asistir a historias desde Mali a Zimbabue, y desde
Sierra Leona a Kenia, es decir de norte
a sur y de oeste a este. Aldekoa va a Cabo Verde para interesarse por cómo
afectará a un pueblo la llegada de la electricidad, o a Sierra Leona para ver
cómo se propaga y combate la epidemia del ébola (por cierto uno de los mejores
capítulos del libro), o a Mozambique para contar cuál es la situación de los
niños de la calle, o a distintos lugares del oeste para ver de dónde salen los
migrantes hacia Europa, o a…. Su curiosidad y su interés por todo lo humano no
tiene límites. Se desarrolla en tantos lugares porque Aldekoa recoge momentos
de distintos viajes sin necesidad de poner las fechas, cosa innecesaria para el
lector. (En algunos casos sí se pueden fechar, pero no merece la pena fijarse
mucho en ello).
La sorpresa nos aguarda en cada página a través sobre todo de lo que cuentan los
personajes con los que habla y, de vez en cuando, con alguna reflexión o
aportación de datos del propio autor. Los dos fragmentos siguientes son un buen
ejemplo de ambas cosas, en este caso en relación al tema de la migración.
“Cuando no había trabajo, que era casi siempre,
simplemente se sentaba frente a su casa a ver pasar las horas. Para él, lo peor
no era el tedio: eran las miradas de los demás.
-
Es humillante porque ves que tú no haces
nada por tu familia, mientras que otros que se fueron mandan dinero a sus
casas.
Antes, cuando había
jóvenes, Adama jugaba en el equipo de fútbol de Doboo. De los 22 jugadores, 18
se habían ido hacia Europa. Pero para Adama, esa no era la cifra importante.
Había otra.
-
Por lo menos quince han llegado.” (p.
68)
“La emigración no se explica solo por un anhelo de
paz o riqueza individual. Si aquellos chicos no sucumbían al miedo era por amor
a los que se habían quedado atrás. A sus parejas, a sus hijos, a sus hermanos.
Había quien buscaba un futuro mejor para sí mismo, pero eran minoría; la
mayoría migraba por los demás. La migración africana es una cuestión familiar.”
(p. 85)
No siempre se tienen en cuenta estas ideas cuando se
habla de los inmigrantes. Dentro del capítulo 5, el más extenso del libro, que
es el que dedica a contar las experiencias de diferentes personas en su viaje
hacia Europa, está el relato titulado Dientes,
una historia de solo dos páginas que resulta algo más que impactante en un
libro que está lleno de historias que lo son.
Es interesante también la inclusión en bastantes
ocasiones de su hija Lena al inicio de algunos episodios para utilizarla como
contraste o para dar pie a lo que vendrá a continuación.
Del carácter del libro, y de alguna manera también
de su autor, da buena idea el fragmento con el que se cierra que es todo un
homenaje a las gentes que habitan esas tierras:
“Algunos (se
refiere a los árboles), me contó Mukandjuria, daban frutos nutritivos,
otros servían para hacer leña y de algunas especies se extraía sus resinas.
Recordé que, en un lateral de su aldea, junto a su choza, había un árbol seco
con las ramas arrugadas y le pregunté por él. Me dijo que aquel no daba frutos.
-
¿No tiene valor?- le pregunté.
Me miró extrañada antes
de rectificarme.
-
Yo no he dicho eso.- respondió.
-
¿Y para qué sirve?- insistí.
Para que duerman en sus ramas los pájaros.” (p. 212)
Gentes que también son capaces de resumir en una
sola frase lo que suponemos los europeos para ellos:
“- Minerales, futbolistas,… los blancos siempre os
lleváis lo mejor de África. Y encima no podemos decir nada. (p.203)
Decir que estamos ante una lectura recomendable es
decir muy poco. Creo que es uno de esos libros que hacen cambiar la forma de
ver determinadas cosas, un libro que enseña y emociona, que muestra las
realidades sin trampa ni cartón, que, espero, nos ayuda a ser un poco mejores y
a tener la mente más abierta.
Hay una reseña muy completa y muy interesante de
Andrés Seoane en elcultural.com
Xavier Aldekoa, Indestructibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario