lunes, 29 de abril de 2019

África en el corazón




“El periodismo exige tesón, ética, esfuerzo, ponerle alma, madrugar, trabajar, escuchar y estar dispuesto a aprender cada día.” (p. 212)

Si a estas palabas que Aldekoa escribe en la última página del libro le añadimos sensibilidad, queda perfectamente definido el autor de este magnífico libro.
En los dos primeros meses del año pasado leí los dos libros que Aldekoa había publicado. Quedé realmente entusiasmado con lo que contaba y con la forma de hacerlo. Creo recordar que en mi comentario en el blog destacaba alguna de estas características. También recuerdo mencionar a otros periodistas como Ramón Lobo o Mikel Ayestaran que están, cada uno en su especialidad, en la misma línea de Aldekoa. No son los únicos buenos reporteros que existen hoy, pero sí que están entre los mejores dentro de una profesión que está dejando mucho que desear en otras facetas distintas del reporterismo.
Sobre este libro dice el autor:

“No es un libro de ganadores, aunque sus protagonistas a veces triunfen. Tampoco de perdedores, aunque alguna de estas historia africanas tengan finales amargos. Este es un libro sobre seres humanos que lo intentan. Hombres y mujeres que sufren, ríen, opinan, evolucionan, se rebelan y luchan. Protagonistas activos de sus vidas que se revuelven ante un destino que los quiere sometidos, encadenados, víctimas. Para quienes la rabia es una forma extraña de esperanza. También es un libro de personas que viven más allá de las luchas nobles y los grandes dramas. De gente normal.” (p. 16-17)

Gente normal, efectivamente. Esa es la gran aportación del autor al conocimiento de la realidad africana: su gran capacidad para mostrarnos la realidad, en lo negativo pero también en lo positivo, a partir de las experiencias de personas normales y corrientes que, eso sí, a veces tienen historias muy lejos de esa normalidad.
El libro se divide en 17 capítulos en los que tenemos ocasión de asistir a historias desde Mali a Zimbabue, y desde Sierra  Leona a Kenia, es decir de norte a sur y de oeste a este. Aldekoa va a Cabo Verde para interesarse por cómo afectará a un pueblo la llegada de la electricidad, o a Sierra Leona para ver cómo se propaga y combate la epidemia del ébola (por cierto uno de los mejores capítulos del libro), o a Mozambique para contar cuál es la situación de los niños de la calle, o a distintos lugares del oeste para ver de dónde salen los migrantes hacia Europa, o a…. Su curiosidad y su interés por todo lo humano no tiene límites. Se desarrolla en tantos lugares porque Aldekoa recoge momentos de distintos viajes sin necesidad de poner las fechas, cosa innecesaria para el lector. (En algunos casos sí se pueden fechar, pero no merece la pena fijarse mucho en ello).
La sorpresa nos aguarda en cada página a  través sobre todo de lo que cuentan los personajes con los que habla y, de vez en cuando, con alguna reflexión o aportación de datos del propio autor. Los dos fragmentos siguientes son un buen ejemplo de ambas cosas, en este caso en relación al tema de la migración.

“Cuando no había trabajo, que era casi siempre, simplemente se sentaba frente a su casa a ver pasar las horas. Para él, lo peor no era el tedio: eran las miradas de los demás.
-        Es humillante porque ves que tú no haces nada por tu familia, mientras que otros que se fueron mandan dinero a sus casas.
Antes, cuando había jóvenes, Adama jugaba en el equipo de fútbol de Doboo. De los 22 jugadores, 18 se habían ido hacia Europa. Pero para Adama, esa no era la cifra importante. Había otra.
-        Por lo menos quince han llegado.” (p. 68)

“La emigración no se explica solo por un anhelo de paz o riqueza individual. Si aquellos chicos no sucumbían al miedo era por amor a los que se habían quedado atrás. A sus parejas, a sus hijos, a sus hermanos. Había quien buscaba un futuro mejor para sí mismo, pero eran minoría; la mayoría migraba por los demás. La migración africana es una cuestión familiar.” (p. 85)

No siempre se tienen en cuenta estas ideas cuando se habla de los inmigrantes. Dentro del capítulo 5, el más extenso del libro, que es el que dedica a contar las experiencias de diferentes personas en su viaje hacia Europa, está el relato titulado Dientes, una historia de solo dos páginas que resulta algo más que impactante en un libro que está lleno de historias que lo son.
Es interesante también la inclusión en bastantes ocasiones de su hija Lena al inicio de algunos episodios para utilizarla como contraste o para dar pie a lo que vendrá a continuación.
Del carácter del libro, y de alguna manera también de su autor, da buena idea el fragmento con el que se cierra que es todo un homenaje a las gentes que habitan esas tierras:

“Algunos (se refiere a los árboles), me contó Mukandjuria, daban frutos nutritivos, otros servían para hacer leña y de algunas especies se extraía sus resinas. Recordé que, en un lateral de su aldea, junto a su choza, había un árbol seco con las ramas arrugadas y le pregunté por él. Me dijo que aquel no daba frutos.
-        ¿No tiene valor?- le pregunté.
Me miró extrañada antes de rectificarme.
-        Yo no he dicho eso.- respondió.
-        ¿Y para qué sirve?- insistí.
Para que duerman en sus ramas los pájaros.” (p. 212)

Gentes que también son capaces de resumir en una sola frase lo que suponemos los europeos para ellos:

“- Minerales, futbolistas,… los blancos siempre os lleváis lo mejor de África. Y encima no podemos decir nada. (p.203)

Decir que estamos ante una lectura recomendable es decir muy poco. Creo que es uno de esos libros que hacen cambiar la forma de ver determinadas cosas, un libro que enseña y emociona, que muestra las realidades sin trampa ni cartón, que, espero, nos ayuda a ser un poco mejores y a tener la mente más abierta.
Hay una reseña muy completa y muy interesante de Andrés Seoane en elcultural.com

Xavier Aldekoa, Indestructibles.

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