sábado, 28 de marzo de 2020

Sobre la memoria, la censura y la libertad




Qué gran acierto de la editorial Errata Naturae la traducción de tres libros ya de esta magnífica escritora rusa. Los dos anteriores fueron novelas en las que criticaba duramente el estalinismo. La primera, además, la escribió ya en 1939-40 y se refería a las purgas de 1937. Esto es, Chokóvskaia era una mujer comprometida con la libertad.
Dice Marta Rebón, la traductora de este libro como también lo es de los otros dos y una gran conocedora de la literatura rusa, en una nota que precede al texto:

“Es ésta una obra muy rica, tanto en conocimientos y vivencias como en referencia a la cultura rusa.” (p. 6)

Desde luego así es y tengo que añadir que a mí me ha interesado principalmente lo que se refiere a las vivencias y a todo lo que cuenta sobre la represión tanto sobre ella como de otros escritores.
El libro está dividido en dos partes. La primera, la más autobiográfica,  la escribió en 1974. La segunda, en la que cuenta cosas muy interesantes de otros escritores, data de los años 1977-1978.
La primera está muy centrada en su expulsión de la Unión de Escritores que se produjo en 1973. Reproduce algunos momentos del debate previo a su expulsión en los que aflora la miseria intelectual de los intervinientes todos ellos en contra de la autora.
Previamente escribe sobre la necesidad de la memoria histórica (recuerdo que su primera novela trataba sobre la inmensa represión de 1937) con fragmentos como el que reproduzco que, por cierto, tiene buena aplicación a lo que pasa en nuestro país:

“Qué mentira tan vulgar es esa idea de que recordar y llorar los muertos significa reabrir las heridas. En realidad, las lágrimas y el recuerdo son el único medio que conoce el ser humano para curarlas.” (p. 24)

Aprovecho también ahora para reproducir otro fragmento de una carta escrita en 1966 que, además de reflejar de forma muy clara el pensamiento de la autora, sirve como el anterior para aplicarlo a cosas que suceden por aquí:

 “Porque un libro –un poemario, un cuento, una novela; en suma una obra literaria-, ya sea flojo o potente, verdadero o falso, excepcional o mediocre, es una expresión del pensamiento colectivo, y no debe ser juzgado por un tribunal penal o militar, sino por la sociedad y la crítica literaria. Los escritores, como cualquier ciudadano soviético, pueden y deben ser juzgados en un tribunal de justicia si cometen algún delito, pero no por sus libros. La literatura no es competencia del derecho penal. Las ideas se contraponen con ideas, no con campos de trabajo y prisiones.” (p. 246-247)

Es muy interesante su debate interior sobre el tema de tener que ceder en algunas cosas para poder publicar otras, algo que hicieron bastantes escritores que preferían eso a no poder publicar. Ella, sin embargo, se hizo el juramento de que: “nunca permitirá a ningún editor, por muy noble que fuera el fin, que suprimiera de un libro o un artículo mío una sola línea dedicada a la memoria de una víctima.” (p. 41)
Me ha gustado y emocionado el precioso texto con el que se despide de la Unión de Escritores tras su expulsión y, desde otro punto de vista, me ha sorprendido el que, a pesar de lo duro de los temas que trata, Chukövskaia sea capaz de usar una fina ironía cuando, por ejemplo, va relatando los muertos en 1937.
En la segunda parte, sin abandonar aspectos autobiográficos, se centra en lo sucedido con otros escritores. Así, dedica dos capítulos completos a Solzhenitsin, quien se instaló por un tiempo en la dacha de la autora, y bastante espacio a Sájarov, Pasternak, entre otros.
Hay un fragmento que resume muy bien el pensamiento de Chukóvskaia sobre lo que pasa tanto con ella como con estos escritores:


“Aquí existe un crimen que las autoridades nunca perdonarán a nadie. Es la única ley que se observa con rigor: todo individuo debe ser castigado con severidad ante el mínimo intento de pensar por sí mismo. De pensar en voz alta.” (p. 260)

Algunos comentarios sueltos para terminar. Una vez más se ve la importancia que la poesía ha tenido en la sociedad rusa, es algo que aparece en casi todos los libros. Por otra parte, he de decir que, aunque desconozco a la inmensa mayoría de los escritores que se mencionan en el libro, no importa demasiado; el libro merece mucho la pena. Hay un buen Glosario al final del libro hecho por Ferran Mateo en el que se cuentan cosas de varios personajes citados en el texto; habría sido muy interesante conocer qué ha sido de algunos de los principales represores tras el cambio de régimen porque estoy casi seguro de que más de uno también logró puestos de privilegio.
En la nota de la traductora que reproducía al principio se decía que es una obra rica en referencias a la cultura rusa. Me permito recomendar sobre ese tema el libro En la ciudad líquida, escrito precisamente por Marta Rebón, en el que yo he descubierto a muchos y grandes escritores rusos.
En fin, una crónica magníficamente escrita, tremendamente interesante y muy emocionante en algunos pasajes. Un ejemplo más, y ya son muchos, del mal que representó el estalinismo y de lo absurda que siempre es cualquier forma de totalitarismo.
Obviamente muy recomendable, pero aprovecho también para recomendar cualquiera de los otros dos ya publicados.

Lidia Chukóvskaia, Crónica de un silencio. Traducción Marta Rebón.


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