Horvath murió muy joven, a los 37 años, al caerle en
encima una rama de un árbol en París donde se había trasladado huyendo del
nazismo. Escribió teatro con poco éxito en su momento y tres novelas cortas en
las que dejó constancia de lo poco que le gustaba el régimen que se estaba
implantando en Alemania.
He leído las tres en momentos muy diferentes y no sé
si será por eso, pero la que leí primero, Juventud
sin Dios, es la que más me ha gustado y la que me causó mayor impacto.
La que ahora comento tiene una gran inicio y sus dos
primeros capítulos me parecen muy conseguidos, pero a partir de ahí se va
diluyendo la historia y, salvo en el capítulo final, me ha dejado de interesar.
Es cierto que Horvath es un escritor muy original es
sus planteamientos narrativos. Como dice la traductora en el Epílogo:
“Pues lo que el lector encuentra aquí no es un
relato al uso, en el que el narrador cuenta unos hechos determinados, sino todo
lo contrario: aquí los acontecimientos están relatados desde la mente del
protagonista y es en ella donde el lector ha de situarse para poder seguir el
hilo de la lectura.” (p. 151)
Sin embargo, al menos a mí no me basta para sacarle
todo el rendimiento a su lectura. Quizá no he sido capaz de interpretar
correctamente todo lo que el autor plantea, pero el caso es que me he
encontrado pensando en otras cosas en más de una ocasión a pesar de que trata
un tema muy interesante: el pensamiento de un joven imbuido de las ideas
predominantes en su país. El siguiente fragmento puede ser un buen ejemplo:
“Con el amor se va al cielo, con el odio llegaremos
más lejos…
Porque ya no necesitamos una eternidad celestial
desde que sabemos que el individuo no cuenta para nada… que solo es algo si
está en formación.
Para nosotros solo hay una eternidad: la vida de
nuestro pueblo. Y solo un deber celestial: morir para que nuestro pueblo viva.”
(. 24-25)
Exaltación de los valores militares -el joven es un
soldado- o desvalorización del papel de la mujer son algunas de esas ideas.
La novela está construida con capítulos de poca
extensión y con frases muy cortas por lo general, pero bastante significativas.
Seguramente se trata de una buena novela que no he
sabido apreciar en lo que vale.
Hay una buena reseña sobre el autor y su obra
incluyendo una visión positiva de esta novela de Eduardo Berti en
lacion.com.ar.
Ödön von Horvath, Un hijo de nuestro tiempo. Traducción Isabel Fernández.
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