Hace apenas unos
meses comentaba en el blog el libro La
vida sin maquillaje que es, precisamente, la continuación de estas
memorias. En el comentario decía que esperaba una pronta traducción de alguna
obra de ficción de la autora. Ahora, tras leer esta primera parte de esas
memorias, tengo que reiterar ese deseo
que parece ser que va a ser pronto satisfecho por la misma editorial, Impedimenta, que ha publicado ambos
libros.
Este libro tiene como
subtítulo Cuentos verdaderos de mi
infancia, lo que da una buena idea de en qué consiste: La narración de su
vida desde su nacimiento en 1937 como octava hija de un matrimonio de negros en
la isla de Guadalupe, uno de los territorios de ultramar franceses, hasta el
inicio de sus estudios en Francia, es decir, su infancia, pero también su
adolescencia y parte de su juventud.
Evidentemente, la
parte de su infancia tiene muchos elementos más propios del cuento que de la
autobiografía y, creo, de ahí el subtítulo. Sea como sea, el libro se compone
de diecisiete relatos en los que van apareciendo los distintos momentos de su
vida y los principales personajes entre los que ocupa un lugar predominante su
madre y en un plano algo inferior su hermano mayor.
La familia de Condé,
con su padre funcionario y su madre profesora, pertenecía a la burguesía de la colonia como
deja constancia en el siguiente fragmento:
“De acuerdo con la
rígida geografía social de aquel tiempo, las regiones de Trois-Rivières,
Gourbeyre y Basse-Terre pertenecían a
los mulatos. Saint- Claude y Matouba eran los feudos de los terratenientes
blancos, que se los disputaban con los hindúes Mis padres, por su parte, tenían
su sitio en Grande-Terre. Allí donde los negros habían evolucionado, donde
habían conquistado la política y demás ámbitos.” (p. 137-138)
Burguesía cuya vida y
aspiraciones la autora refleja muy bien en las páginas del libro sobre todo a
través de la visión de su padre. Es una burguesía negra pero muy prooccidental.
Algo que es muy interesante para entender mejor la vida y las ideas de Condé
tal y como quedan recogidas en el segundo volumen de las memorias que abarca
aproximadamente el período que va de 1957 a 1967, cuando la escritora estuvo
residiendo en África.
El libro tiene un estilo
narrativo tradicional en el que hay que destacar la gran fluidez con la que la
autora va narrando las distintas peripecias y la atención a los pequeños
detalles que enseñan muchos de algunos personajes y situaciones.
Me ha extrañado la
poca presencia del resto de sus hermanos y hermanas salvo un poco en los
últimos capítulos. Extrañado porque parece lógico pensar que tuvieron que
influir lo suficiente, para bien y para mal, en su vida para que esa presencia
fuera mayor. Un dato interesante es que su madre la tuvo con 43 años y su padre
tenía 63.
No es un libro de
grandes aportaciones, pero sí que ayuda a conocer una sociedad de la que es muy
escasa, por no decir nula, la información que se tiene. Además, todo viene de
la mano de una gran escritora –le dieron el Premio Nobel Alternativo de
Literatura en 2018, y de alguien que es capaz de decir de ella misma cosas como
la siguiente:
“A los quince años,
me miraba en el espejo y me encontraba fea. Fea a rabiar. Para rematar un
cuerpo tieso como una vara sin fin, aquella cara mía, triste y hermética. Ojos
prácticamente cerrados. Pelo escaso y mal peinado. Sonrisa inexistente. Por
todo adorno, un cutis de terciopelo que el acné no se atrevía a destrozar.” (p.
146)
Libro recomendable
por el buen rato que hace pasar y uno de esos textos que dejan al lector con
ganas de que hubiese sido más extenso.
Hay una buena y muy
completa reseña de Begoña Méndez en elcultural.com.
Maryse Condé, Corazón que ríe, corazón que llora.
Traducción Martha Asunción Alonso.
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