Este es un libro distinto y
original porque trata de algo poco habitual en los ensayos: de la lectura y
porque, además, lo hace de una forma bastante exhaustiva y desde muy diversos
enfoques. Así, asistimos a la idea que tenían los nazis del tema y a la
importancia que le daban; a las discusiones de los clásicos griegos entre
lectura y oralidad; a la relevancia que
daban a las formas los novelistas franceses del siglo XIX; a las
autopublicaciones de literatos rusos en la era estalinista con especial
atención a Ajmátova; a la utilización de la primera o la tercera persona según
Bourdieu; a la lectura según Karl Karus o a cómo se debe aprender a leer según
Paulo Freire, entre otras muchas cosas.
Detrás de todo esto siempre está latente la idea que está en la base del libro que no es otra que leer es importante, que puede ser fructífero, pero que no se trata de hacer cualquier tipo de lectura. Rodríguez termina el libro con este párrafo:
“Todo este libro es el pago
de una deuda contraída en aquella primera lectura de La escritura o la vida, porque ahora sé que, aunque la lectura
pueda llevar a la locura o pueda ser simplemente inservible o pueda utilizarse
como instrumento de distinción social, hay más que suficientes razones para
seguir confiando en que la furia de la lectura alumbre el fondo de nuestro
corazón y de nuestro entendimiento, para que nos ayude a construir, a escribir,
el mundo que deseamos”. (p. 301)
De alguna manera es el
resumen y conclusión de su idea de la lectura.
Antes, analizando
diferentes formas de lectura que no son necesariamente positivas dice, por
ejemplo, refiriéndose a Martin Heidegger:
“¿Cómo podemos seguir
sosteniendo que la lectura por sí misma es suficiente para formar espíritus
empáticos y críticos cuando el más ilustrado de los espíritus alemanes no era
otra cosa que un pensador elitista, reaccionario y mágico seducido por las
mitologías del terruño, la estirpe y el líquido vital” ¿Cómo podemos seguir
sosteniendo necia e inocentemente que la lectura es el antídoto contra la
intransigencia y la cerrazón mental cuando el más preclaro de los filósofos
demostraba adhesión inquebrantable al ideario esencialista del nazismo?” (p. 49)
No es el único ejemplo que
pone, pero creo que basta con él para dejar clara su postura sobre el
particular.
Desde otro punto de vista
plantea que:
“Lo más fascinante es que
ningún ser humano está programado para leer, que no existe ninguna propensión
ni marcador genético que nos predisponga a la lectura (…)” (p. 107)
Sin embargo, aunque no
exista dicha programación, lo cierto es que la lectura ofrece los suficientes
aspectos positivos como para practicarla. Así se puede comprobar en los
siguientes fragmentos:
“De hecho, uno de los
grandes neurólogos de nuestro tiempo, Antonio Damasio, explicaba que solamente durante el acto de la
lectura –a diferencia del cine, los videojuegos o la televisión- podemos controlar
a voluntad los tempos de adquisición del contenido y, sobre todo, encontrar
resonancias con las dichas y desdichas de los personajes o con las ideas que se
exponen, percibirnos a nosotros mismos como lectores apelados por los
argumentos desplegados, reconocernos como subjetividades transformadas por las
ideas expuestas”. (p. 116)
Según unas investigaciones
hechas sobre la lectura “su práctica dilata la vida de todos,
independientemente del nivel de estudios, del género y de otras variables
concomitantes”. (p 243)
“Practicar la lectura
durante, solamente, seis minutos, sería suficiente para reducir los niveles de
estrés en un 60 por ciento al aminorar el nivel de latidos del corazón, al
favorecer la relajación muscular y al alterar, definitivamente, el estado
mental del lector”. (p. 249)
Con todo esto Rodríguez
construye un texto que resulta tremendamente sugerente e instructivo, complejo
en varios momentos (de hecho no he entendido todo lo que explica sobre la
actuación del cerebro) y lleno de reflexiones que llevan al lector a
replantearse algunas formas de su propia forma de leer o, por qué no, a debatir
con el autor alno estar de acuerdo en alguna de sus opiniones.
Desde luego es un libro
para leer despacio, en muchas sesiones y para retomar alguno de sus capítulos
más adelante. Es decir, es un texto vivo, de largo recorrido.
Evidentemente, por lo dicho
hasta aquí todo el texto me parece interesante, pero me gustaría destacar
algunas cosas que por mi desconocimiento o su especial relevancia me han
llamado más la atención. Así: la importancia que daban los nazis a los libros
poniendo bibliotecas tanto en los campos de concentración como en el frente
(otro tema es el uso que hacían de ello); la discusión entre lectura y oralidad
en los clásicos; la polémica de Sartre sobre literatura y acción política; los
datos sobre el condicionamiento social de la lectura (un tema que me parece
crucial y que debería tenerse muy en cuenta en el sistema educativo); el
posible uso de la lectura como elemento de opresión y control social; la
existencia de la “creación colaborativa” con un medio como WattPad en el que
hay más de 400 millones de textos y, finalmente, aunque ni mucho menos en
último lugar, el capítulo dedicado a Paulo Freire autor al que luego retomará
porque en él están las claves para una
buena lectura.
En definitiva, un libro muy
recomendable y que creo que los que leemos habitualmente agradeceremos por la
posibilidad que nos brinda de reflexionar sobre nuestra práctica, sea para
ponerla en cuestión o para reafirmarla. Un libro no siempre fácil, pero siempre
interesante.
Joaquín Rodríguez, La furia y la lectura. Por qué seguir
leyendo en el siglo XXI
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