Este libro ha tardado seis años en publicarse en
España, en Perú lo hizo en 2015, algo que me parece un tanto extraño porque
tuvo muy buena acogida e incluso algunos premios.
El libro es una especie de reconstrucción de los
momentos más importantes de la vida del padre del autor, un muy conocido
militar peruano, y también de alguna manera un intento de (psico)analizar la
relación que tuvo con él.
Aunque está dividido en 12 capítulos, realmente se
compone de tres partes bastante diferenciadas. En la primera se cuentan los
momentos de formación del padre en Argentina, su primer amor y los que vinieron
a continuación con su primer matrimonio y la vida conyugal que luego tuvo con
la madre del autor. La segunda está dedicada en su integridad a la vida
política de El Gaucho, como se conocía a su padre; una vida muy intensa pues
llegó ostentar entre otros cargos los de ministro de Interior y de Guerra este,
además, en los momentos de mayor actividad de Sendero Luminoso. Esta parte está
narrada casi en forma de crónica utilizando para ello bastantes entrevistas en
diarios y revistas e incluso alguna hecha para la televisión. En la tercera
cambia radicalmente y ahora es el hijo el que va rememorando una serie de
momentos de la vida de su padre hasta la enfermedad que acabó con su vida en
1995 cuando Cisneros tenía solo 18 años.
El título del libro da ya la pista de que el autor se
separa bastante de las ideas, y sobre todo de la forma de llevarlas a cabo, de
su padre. Este mantuvo muy buenas relaciones con gente como Pinochet, los
argentinos Viola y Videla o el mismo Kissinger. Con eso ya se ve de forma clara
cuáles podías ser esas ideas y qué política defendía.
Un buen ejemplo de esas relaciones es el siguiente
fragmento:
“En esas imágenes están todos o casi todos los
militares que años después serían enjuiciados por genocidas (…) En esas fotos
mi padre es uno más del grupo. Es uno de ellos. Está vestido con un terno
oscuro, igual que ellos, y sonríe como ellos y hay en su mirada un brillo tan
peculiar y siniestro como el de los demás”. (p. 201)
(Se refiere a
los militares argentinos.)
Ahora bien, y esto es algo que tratará sobre todo en
la tercera parte, esas ideas no evitan que tenga una vida privada más o menos
normalizada. Así la siguiente consideración:
“Fue sin duda un padre tierno aquel 17 de abril.
Cinco días antes había mandado desaparecer a Maguid”. (p. 191)
Por otra parte llama también la atención que se
oponía de forma radical a las relaciones prematrimoniales y al aborto, cuando
había practicado ambas cosas. Digo que llama la atención aunque se ha dicho
muchas veces que es algo bastante habitual entre los que se oponen a ambos
temas.
La tercera parte es la más emotiva porque narra la
relación más personal que pudo llegar a tener en algunos momentos con su padre.
Así, cuando le enseñó a nadar o cuando le preparaba los textos para
intervenciones en el colegio. Particularmente emotiva, y a mí me ha resultado
dura de leer, es la narración de la enfermedad, un cáncer de próstata, que
acabó con su vida.
En conjunto se trata de un libro que merece la pena
leer. Por un lado, está el interés que supone conocer la actuación tanto
pública como privada de alguien que tuvo una intervención tan relevante en la
política de su país, una intervención además con muchas más sombras que luces,
y, por otra parte, es muy interesante el planteamiento del hijo a la búsqueda
de su padre muchos años después de muerto. Búsqueda dolorosa como dice en el
penúltimo párrafo del libro:
“Del mismo modo que hay incomodidad y dolor en el
relato de los hijos de los perseguidos, los deportados, los desaparecidos,
cuyas historias sintetizan la frustración e indefensión de millones y activan
una rebeldía colectica ante la impunidad, también hay incomodidad y dolor en el
relato del hijo de un militar represor que hizo aseveraciones telúricas y no
tuvo reparos en ordenar el encarcelamiento o el secuestro o la tortura de gente
que después contaría su historia con la dosis de heroicidad que corresponde.
Aunque no parezca, los villanos también están hechos de heridas. Mi padre fue
un villano uniformado. Su uniforme era una costra. Debajo estaban las llagas que nadie veía, que nunca
mostró. Si expongo esas llagas es para
cicatrizar a mi padre. Porque mi padre es cicatriz, no es herida. Ya no. “(p.384)
Para finalizar reproduzco el extracto de la crítica
de Alberto Fuguet que la editorial ha reflejado en la solapa porque creo que
resume muy bien lo que es el libro:
“Este libro es de esos que se sienten verdad y que
nacen de una compulsión y dejan la ficción cotidiana como mero entretenimiento.
Cisneros optó por desnudarse, abrirse, investigarse a través de su padre (…)
Una biografía de otro y de sí mismo. Una crónica familiar que es política y que
termina siendo plural, continental”.
Renato Cisneros, La
distancia que nos separa
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