Tengo al autor como uno de los grandes reporteros de
nuestro país y así lo he dicho comentando en el blog sus otros libros y, desde
luego, en este momento creo que es el que más y mejor escribe sobre la realidad
de un continente que sigue siendo desgraciadamente muy desconocido a pesar de
su relativa cercanía. Incluso el mismo Aldekoa tiene que reconocer, lo que por
otra parte le honra, sus carencias como se puede apreciar en el siguiente
fragmento:
“Le prometí que buscaría su trabajo (se refiere a
varios artistas congoleños) y me retiré, avergonzado porque, mientras que
Jean Paul conocía perfectamente a varios pintores europeos, yo no conocía a
aquel trío de pintores consagrados, pese a llevar toda mi vida trabajando en
África” (p. 240)
Este es el cuarto libro que dedica a África y en él
sigue más la línea de Hijos del Nilo
que la de Indestructibles, es decir,
es más un libro de viajes que un reportaje. Y es que lo que ha hecho Aldekoa es
recorrer ese inmenso río desde su nacimiento hasta su desembocadura haciéndolo
sobre el agua siempre que le ha sido posible lo que ha sucedido, por otra
parte, en la mayoría de los tramos. Es un largo viaje en kilómetros y,
lógicamente, en tiempo, pero además es un viaje de gran dureza tanto física
como psicológica. Ha tenido que bregar con situaciones difíciles, sobre todo en
los tramos terrestres, ante los controles que ejercen fuerzas rebeldes en zonas
donde no hay presencia real del estado, controles en los que hay que pagar para
poder seguir; también ha padecido robos y hasta motos estropeadas. A eso se
unían las dificultades para comer, dormir o lavar, aunque estas también las
tuvo cuando viajaba en los tramos fluviales.
En el libro nos va transmitiendo los diferentes
lugares por los que atraviesa y en muchos casos sus interrelaciones con las
gentes del lugar, aunque no de la misma forma y con la misma profundidad con la
que lo hizo en Indestructibles
porque, vuelvo a insistir, este es más un libro de viajes. En este sentido me
ha recordado bastante al Paul Theroux de El
último tren a la zona verde, el libro que dedicó a un viaje por una zona
cercana a la que recorre el autor.
Evidentemente, no sería Aldekoa si además de lo
mencionado no dedicase una parte a otro tipo de temas. Así, escribe sobre la
tala de árboles según el conocimiento que tuvo en un viaje anterior; sobre las
minas de coltán y cómo se están aprovechando empresas extranjeras; sobre lo que
pasó con Patrice Lumumba tras la independencia, aquí reproduciendo un
interesante discurso del rey belga Balduino (sí, ese que se casó con la tan
católica española Fabiola); la historia más reciente con el presidente Kabila o
la brutalidad que existió en la época colonial, entre otros.
Volviendo al viaje, quisiera destacar las
condiciones en que lo hace que son, porque así lo ha querido, las mismas en las
que viajan los propios congoleños. Así describe la situación del Mampeza, el
“barco” en el que realiza el mayor tramo sobre el río:
“La suciedad del barco era una amenaza: si durante
el día la mugre y los trozos de pescado llenaban la cubierta, por la noche el
barco era territorio de insectos, gusanos y cucarachas que campaban a sus
anchas, el Mampeza hacía años que no había recibido una enjabonada digna.
Parecía una pocilga flotante. La mezcla de grasa y suciedad acumulada, unida a
la sangre, las vísceras y los restos de comida de la cocina, creaba charcos de
color pardo que se pegaban a los pies. Nadie limpiaba nada. Como mucho, algunos
grumetes arrastraban un poco el líquido con sus chanclas y lo empujaban hasta
hacerlo caer por la borda.” (p. 256-257)
Hay que tener en cuenta que en esas condiciones
pasaban semanas y muchos de los que viajaban lo hacían sin prácticamente
dinero. Claro que esto queda perfectamente explicado en este diálogo con uno de
los grumetes de la embarcación:
“”¿Tú has
sufrido alguna vez en la vida?”, había dicho Al Qaeda, y la pregunta permanecía
suspendida en el aire.
Seguro que no, porque pocas cosas son comparables al
sufrimiento de los más miserables de Congo. Pero no dije nada. No supe decir
nada.
Ante mi silencio incómodo, Al Qaeda se contestó a sí
mismo.
- En Congo hay quien sufre más o menos, pero todos
sufren, todos sufrimos. La vida aquí es eso.” (p.271)
En fin son muchas las cosas que se pueden comentar
de este magnífico libro, pero no quiero alargame. Solo un par de cosas más: en
el capítulo 8, titulado El dragón,
hace una descripción de una tormenta que me parece realmente espectacular y de
una gran calidad literaria; también agradecer que mencione a Óscar Martínez, un
periodista salvadoreño cuya obra, que he descubierto en lo últimos tiempos, me
parece imprescindible para conocer la realidad de Centroamérica.
La edición se acompaña de un buen conjunto de
fotografías de las que destaco sobre todo las del Mampeza.
Un libro, pues, muy recomendable tanto por lo que se
aprende, como por las reflexiones que el lector puede hacer sobre ese tipo de
realidades. También porque está muy bien escrito y con la sensibilidad que ya
ha demostrado el autor en toda su obra anterior.
Una buena aproximación al libro se puede encontrar
en el artículo que ha publicado en el número 8 de la Revista 5W, número que
está dedicado precisamente al agua.
Hay una extensa y muy interesante entrevista de
David Valiente con el autor en librujula.publico.es
Nota (poco importante): Creo que en la página 193 se
ha colado una errata en la cifra del presupuesto del gobierno de Kabila.
Xavier Aldekoa, Quijote en el Congo
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