Séptima entrega de la serie que Black (Banville)
dedica a la novela negra con su gran protagonista Quirke, el peculiar médico
forense.
Tiene los mismos ingredientes que el resto de los
títulos de la serie, esto es: la presencia constante y casi agobiante del
clima, en este caso el calor en un duro verano dublinés; la también constante
presencia del tabaco y del alcohol, si bien este menos que en otros episodios
por la rehabilitación del protagonista; la crítica de la Iglesia católica
algunos de cuyos miembros realizan actos cercanos a la delincuencia (vuelve al
salir el recurrente tema de los niños robados); y, por encima de todo, sus
personajes de los que muy acertadamente dice Laura Fernández en El Cultural de El Mundo: “Black, como Banville, como los maestros, crea personajes
que no son solo personajes, que están vivos, en un mundo paralelo al nuestro,
el mundo de la Literatura, con mayúsculas.”
Efectivamente, sus personajes son una de las grandes
creaciones de Black. Aquí tenemos a los mismos de siempre (su hija Phoebe, su
hermano Mal, su cuñada,…), a los que hay que añadir un gran Sam Corless, padre
del asesinado, militante trotskista y que juega un interesante papel.
Ante ello, la trama, como por otra parte sucede prácticamente
en el resto de las novelas de la serie, tiene poca importancia. Es bastante
sencilla y se irá resolviendo poco a
poco hasta el algo sorprendente final.
Black consigue que estemos pendientes con interés a
lo largo de las más de 300 páginas del
libro sin que nos preocupen especialmente los hechos delictivos y eso, en una
novela de este género, tiene un gran mérito y es una de las particularidades de
este escritor.
Esta séptima entrega es, para mí, una de las mejores
de la serie y demuestra que aún le queda recorrido. Entretenimiento de calidad.
Benjamin Black, Las
sombras de Quirke. Traducción de Nuria Barrios.
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