Antonio Muñoz Molina termina así su reseña de la edición
en inglés de este libro:
“Escribir es caminar, imaginar, recordar, escuchar,
mirar. La naturalidad es tan perfecta que hace falta mucha atención para
apreciar el artificio que la hace posible.”
Este breve fragmento es una magnifica síntesis del
libro de Cole. Julius, verdadero trasunto de Cole, pasea por la ciudad, se encuentra con gentes diversas que le
cuentan cosas y él nos las transmite, visita a un antiguo profesor de inglés de
origen japonés lo que le dará ocasión para hablar del trato a estos
estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, entrará en el Museo de Arte
Popular y hablará de Brewster, visitará a un liberiano en un Centro de
detención lo que le llevará a contar algo del conflicto en ese país, hará un
viaje a Bruselas donde tendrá ocasión de tratar el tema de Israel y Palestina
con un trabajador de un cibercafé,…
También “mirar” como hace con un grupo de mujeres
chinas que bailan en un parque, o con unos paracaidistas o con las abejas.
Y, además, irá recordando aspectos de su educación
en la Escuela Militar en Nigeria, de la relación con sus padres y su abuela o
del ambiente que vivió en ese país.
No falta alguna reflexión sobre su profesión de
psiquiatra primero becado, y con contrato ya al final del libro.
Y, como afirma Muñoz Molina, todo ello narrado con
la mayor naturalidad, o al menos con esa apariencia, lo que desde el punto de
vista del escritor no debe de ser precisamente fácil de conseguir.
Hay mucha descripción, pero también hay valoraciones
de diverso tipo. Así, esta crítica sobre la marginación del agua por los
habitantes de Manhattan:
“¿Dónde era posible tener una sensación auténtica de
ribera en esta ciudad? Todo estaba edificado, en cemento y piedra, y los
millones que vivían en el pequeño interior tenían escasa conciencia de lo que
fluía a su alrededor. El agua era una
suerte de secreto embarazoso, la hija no querida, descuidada, mientras que con
los parques todo era mimo, babeo y uso exagerado.” (p. 68)
O esta dura afirmación por las reacciones que ve
cuando asiste a un concierto de música clásica en el Carnegie Hall:
“Para algunos de ellos lo único raro era verme a mí,
joven y negro, en mi butaca o en el vestíbulo. A veces, en la cola del lavabo
durante el intermedio, me miran de tal manera que me siento como Ota Benga, el
hombre de Mbuti que en 1906 fue expuesto en el pabellón de los monos del
zoológico del Bronx. Aunque me harto de pensar estas cosas, ya estoy
acostumbrado.” (p.285)
Hace muy poco hacía la entrada en el blog de Cada día es del ladrón, el otro libro de
Cole traducido. En él relata un viaje a Nigeria. Ahora, sigue con el viaje solo
que es dentro de la ciudad y en algún momento también un viaje interior.
Espléndido libro que ofrece muchas posibilidades de
encontrarse con temas interesantes. Magníficamente construido y escrito.
Un texto además en el que salen mencionados personajes
como Bill Evans, Primo Levi, Mohammed Chukri o Víctor Erice, tiene que ser algo
original y diferente.
Andrea Aguilar hace una interesante entrevista a
Cole en elpais.com.
Teju Cole, Ciudad
abierta. Traducción de Marcelo Cohen
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