“Si Pablo fuera mi personaje, no
habría muerto. (…) Pero esta historia la han escrito otros por mí. Yo solo la
estoy llorando.” (p. 166)
En esta frase que cierra el tercer capítulo
del libro se resume muy bien cuál es el espíritu y el ánimo del autor.
El 19 de septiembre pasado hacía la
primera entrada sobre un libro de Sergio del Molino y hoy, justo un mes
después, hago la tercera. Esto solo puede significar que es un escritor que no
solo me ha gustado sino que me ha impactado. No diré nada de los otros dos
libros pues ya están comentados y muy recientemente en el blog. Curiosamente,
me suele suceder a menudo que leo a algunos autores en sentido inverso a la
fecha de publicación de sus obras lo que me ha vuelto a pasar en este caso.
En la reseña hecha
por Santi en el blog unlibroaldia.blogspot.com se afirma: “La hora violeta es una obra triste pero, a pesar de todo, no desesperanzada ni
desesperanzadora. Tiene pasajes cargados de un dolor y una angustia evidentes;
pero el tono escogido para mostrarlos es de una aceptación y una calma casi
estoica”.
Pongo a continuación dos fragmentos que
reflejan bastante bien el tono de una parte importante del libro:
“Hijo mío, ¿me perdonarás alguna vez?
¿Sabrás disculpar que no pueda salvarte? No sé ni siquiera si soy digno de
reclamar tu perdón. No sé si merezco tus besos. Sólo puedo quererte de esta
forma tan inútil y desquiciada. Sólo puedo acompañarte, aguantar tu mano en el
dolor. Estás solo ante los monstruos, cariño mío. No sé ahuyentarlos, no sé
evitar que te hagan daño. Incluso se me niega el último gesto heroico de
sacrificarme por ti, de gritarte que salgas corriendo mientras soy devorado por
los bichos. No estoy programado para esto. Mi instinto de padre se rebela, pero
ni tiene contra quién rebelarse. Es una insurrección suicida, un grito contra
mí mismo.” (p. 86)
“La tralla (se refiere a las fuertes dosis de quimioterapia) noquea a Pablo,
que debe recibir transfusiones casi cada día. Devora las plaquetas. Le
transfunden una bolsa y, al día siguiente, los niveles hematológicos vuelven a
estar casi a cero. La piel, transparente. No tiene hambre. El aparato digestivo
se le ha llenado de llagas. No come. Se queja, no sonríe, no quiere ni pide
nada. Sólo nuestros brazos, sólo el contacto cálido y lejanamente uterino de
nuestro cuerpo. Y ni siquiera obtiene eso. No podemos darle nuestros cuerpos,
sino una versión estéril de ellos, encubierta con batas y mascarillas
quirúrgicas.” (p. 91)
Finalmente, porque creo que aclara muy
bien el sentido del libro, reproduzco un fragmento de la entrevista que hace al
autor Benito Garrido en culturamas.es:
P.- Realista, narrada en primera persona, los sentimientos del padre y del
enfermo se hacen plausibles. ¿Es el estilo más adecuado para empatizar con el
lector?
Quería que el libro se
pareciese a un dietario. Y, en cierta forma, es un falso dietario, narrado en
tiempo presente. Buscaba la mayor cercanía posible con el lector. Si hubiera
escogido otro punto de vista, habría tenido que recurrir a la ficción o habría
marcado unas distancias impropias con la historia, como si esta no fuera
conmigo. Era, de nuevo, la estrategia más honesta y limpia que encontré.
Tras estas reproducciones me falta
expresar el impacto que a mí me ha producido la lectura. Tengo que advertir,
porque creo que influye bastante en dicho impacto, que soy padre de un niño de
siete años a pesar de haber nacido hace muchísimos años. Quiero expresar con ello que estoy
tremendamente sensibilizado con todo lo que les pase a los niños como vengo
observando por mis reacciones ante determinadas imágenes tanto reales como de
ficción. En este sentido, a pesar del cuidado que pone al autor para no
convertir la historia en un melodrama, tengo que reconocer que en muchos
momentos me ha puesto un nudo en la garganta y otro en el estómago; que he
tenido ganas de compartir su llanto en muchos momentos y que me he sentido
solidario con su dolor y su impotencia.
Del Molino es un extraordinario
narrador como buen periodista que es, pero además, como he podido comprobar en
los tres libros que he leído, es un escritor con una gran sensibilidad escriba
de lo que escriba, pues si bien dos de los libros hablan entre otras cosas de
la muerte, en La España vacía también
la demuestra y el tema es bien diferente.
En fin, solo me resta recomendar el
libro advirtiendo, eso sí, que puede herir la sensibilidad del lector, pero
también en esto se demuestra que es un gran libro.
No lo he mencionado hasta ahora, pero creo que se deduce claramente de lo puesto que estamos ante una obra de lo que actualmente se llama faction o non fiction.
Sergio del Molino, La hora violeta
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