“Las memorias de Evgenia Ginzburg son, de manera
explícita, el relato de un viaje a los infiernos carcelarios del comunismo
soviético, pero también, y de manera mucho más sigilosa, la confesión de
alguien que ha aprendido algo sobre sí mismo y sobre su alma, que ha ido alcanzando
grados sucesivos de conocimiento y desengaño en la misma medida en que conoce
celdas, despachos de interrogadores, campos de trabajo que siempre son no el
destino final de una castigo, sino un episodio en el tránsito hacia un tormento
mayor, hacia otro campo situado más lejos, en los últimos extremos de Siberia y
del invierno, en las fronteras mismas de la aniquilación y del retroceso a la
más desnuda y envilecida animalidad.” (p. 9-10)
Estas palabras del Prólogo escrito por Antonio Muñoz
Molina resumen muy bien el contenido de este impresionante testimonio.
He leído la mayoría de los libros de los
supervivientes de las purgas estalinistas que han sido traducidos, pero en
ninguno como en este he visto de forma tan clara todo el proceso y tantos
lugares pues desde los inicios en las cárceles de Moscú hasta el final en
diversos lugares de Kolimá, la autora pasó por multitud de lugares y trabajos
en los que conoció a una ingente cantidad de personas, tanto represaliadas como
ella como muchos que formaban parte de los represores, desde carceleros e
interrogadores hasta directores de campos de concentración o trabajo.
El texto que comento realmente se compone de dos
libros. En el primero, El vértigo,
que se publicó en Italia en 1967 y el mismo año se tradujo en España, Ginzburg
relata su detención, su estancia en diversas cárceles y, en una segunda parte,
el viaje hasta Kolimá. En el segundo, El
cielo de Siberia, escrito con posterioridad (en España se publicó en 1980),
cuenta los padecimientos que pasó en el extremo oriente ruso, para en una
segunda parte, seguir viviendo allí como “libre” una vez cumplida su condena
hasta que liberasen a su segundo marido. En este segundo libro quienes hayan
leído a Varlam Shalámov encontrarán lugares y situaciones muy conocidas, eso
sí, contadas siempre en primera persona.
Evgenia Ginzburg es una extraordinaria narradora.
Dice también Muñoz Molina en el Prólogo mencionado antes:
“Su escritura, seca y honda, lacónica como un
informe y atravesada de intuiciones certeras sobre la condición humana, podría
ser la de un novelista, si es que creemos todavía que la cima de la literatura
narrativa es la novela.” (p. 18)
Y, efectivamente, se lee como una novela aunque lo
que en el libro se cuente responda a hechos reales que en muchos momentos el
lector puede dudar que hayan podido suceder por el esfuerzo de memoria que
suponen, algo que a la autora no le pasó
desapercibido y así escribe casi al final del libro:
“Algunos lectores suelen preguntarme: ¿cómo ha
podido conservar en la memoria tal masa de hechos y de versos, de nombres de
personas y de lugares?
La repuesta es muy sencilla: he podido hacerlo
porque, a lo largo de aquellos dieciocho años, el objetivo principal de mi vida
esa precisamente ese: ¡recordar para escribir después! En el momento mismo en
que traspasé el umbral de la cárcel subterránea del NKVD de Kazán, comencé a
reunir materiales para este libro.” (p. 848)
De un libro como este, que además tiene 854 páginas,
se pueden comentar multitud de cosas y fijarse en muchos de los momentos
relevantes, pero creo que lo mejor que puedo hacer ahora es recomendarlo
encarecidamente. No se pasarán gratos momentos, aunque también hay personas que
demuestran un alto grado de humanidad y solidaridad en situaciones tan
extremas, pero sí que se asistirá a la vida en todas sus dimensiones. No se
trata de un texto que se pueda leer de un tirón, y no solo por el tamaño, pero
sí que se lo echará de menos si no se coge un rato cada día.
No tiene mayor importancia, pero resulta curioso el
hecho de que cada parte tenga un traductor diferente porque en el caso del
primer libro, traducido en 1967, aparecen bastantes palabras que hoy están
prácticamente desaparecidas o en completo desuso como por ejemplo: antiparras,
apañuscados, absurdidad, escandidas, etc.
Evgenia Ginzburg, El vértigo. Traducción Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario