Conocía ya algo de la obra de Serge
por la lectura de dos de sus libros, El
caso Tulayev y Ciudad conquistada,
así como por el inicio de Medianoche en
el siglo que luego abandoné y pronto tendré que retomar. También conocía
algunas cosas de su vida y su acción política, pero todo se me ha quedado corto
ante estas impresionantes memorias.
Que Serge era un buen escritor ya lo
había comprobado y también que no siempre escribe de una forma fácil de seguir.
Sin embargo en estas memorias hizo un gran esfuerzo y todo se entiende y se
sigue perfectamente.
No se trata de un texto en el que nos
enteremos demasiado de los avatares personales del autor, pero sí que seremos
capaces de vislumbrar al menos cómo fue la durísima época que le tocó vivir y
en la que su compromiso con sus ideas no desfalleció jamás, lo que supone, al
menos para mí, la gran lección moral de este libro.
Dice Jean Rière, el editor y autor de
las miles de notas que acompañan al texto, en el Prólogo¨:
“El verdadero destino de Victor Napoleón Lvovich Kibalchich alias Victor Serge es
enriquecernos con esa polifonía dominada de cabo a rabo, hecha de compasión y
comprensión profundas, de lucidez serena, de firmeza moral, de intransigencia
combativa, de inteligencia clara.” (p. 13)
Acertadas palabras que dan una idea bastante
precisa de cuál es el sentido del libro.
Con Serge recorreremos el París que en
1909 se manifiesta por la muerte de Ferrer Guardia; la Barcelona en la que en
1917 se está produciendo la Asamblea de parlamentarios y todo el movimiento
insurreccional; el Petrogrado de la guerra civil y del comunismo de guerra; su
participación en el grupo de Oposición
en Leningrado; su destierro en Orenburgo (Kazajstán); su salida final para
Méjico y muchos otros momentos todos ellos importantes y enraizados en las
luchas que tenían lugar en aquella época.
Tiene también momentos muy literarios,
como por ejemplo el relato de su llegada a Petrogrado; otros en los que con
unos pocos trazos da buena cuenta de algunos hechos, como cuando habla de la
cheka; y, desde luego, es una auténtico virtuoso en la descripción de los
personajes reales que aparecen en el libro y que son muchísimos. Valga el
siguiente como ejemplo:
“ (…) y Franz Dahlem, joven, de rasgos
duros, de nariz grande, mirada inexpresiva, trabajador sin personalidad,
militante sin inquietud, informado sin pensamiento, que nunca hacía una
pregunta mínimamente viva, pero aplicaba cuidadosamente las consignas y las
directivas. El tipo del suboficial comunista. Ni tonto ni inteligente:
obediente.” (p. 206) (Luego fue líder del
partido comunista alemán y entregado a la Gestapo por Vichy)
El compromiso de Serge se puede ver
perfectamente por el relato de su trabajo en 1919, esto es, en plena guerra
civil:
“Yo cumplía naturalmente, como todos
los camaradas, una multitud de funciones. Dirigía el servicio de lenguas
latinas de la Internacional y sus ediciones, recibía a los delegados extranjeros que llegaban por
caminos peligrosos a través de las redes de alambres de púas del bloqueo,
llenaba las funciones de comisario para los archivos del ex ministerio de
Interior, es decir la ex Ojrana; era a la vez soldado del batallón comunista
del II ramos y attaché al estado
mayor de la defensa; allí me ocupaba del contrabando con Finlandia; comprábamos
a honrados comerciantes de Helsinki armas excelentes (…).” (p. 122)
Pero un compromiso matizado como
también decía unos meses antes:
“Mi decisión estaba tomada, no estaría
contra los bolcheviques ni sería neutro. Estaría con ellos, pero libremente,
sin abdicación de pensamientos ni de sentido crítico.” (p. 106)
Tan crítico como para escribir: “Una
sopa sustanciosa costaba un rublo en el restorán donde unas niñitas ayudaban al
servicio para poder lamer el plato cuando uno había terminado y recoger las
migas del pan.” (p. 364) (En Orenburgo
desterrado en 1933 y, por lo tanto,
después de muchos años de revolución.)
Esta es la clave del personaje,
comprometido con el proceso revolucionario pero sin abdicar de sus ideas. Y,
claro, así le fue en un país dominado por Stalin. Es curioso observar la
cantidad de nombres que salen en distintos momentos del libro y que llevan la
coletilla de muerto, desaparecido, represaliado o fusilado en 1937.
Un libro realmente excepcional del
que, eso sí, se pierden muchos detalles por desconocimiento de la historia del
país y de una gran cantidad de los personajes que menciona.
Me han llamado la atención algunas
cosas de la traducción. Así, el uso del término “destroyer” por destructor
(antes sí que se utilizaba, pero hace ya tiempo que no); la escritura Guepeú
por la más habitual de GPU; escribir Noy (por
Noi) del Sucre; usar institutor por maestro o instructor; y, finalmente, la
expresión nunca oída de fascizante. En todo caso, se trata de una buena
traducción tanto del texto original como de las notas que lo acompañan.
Un comentario final. Descubrí este
libro en una feria del libro de ocasión en Santander hace dos meses. Hay que
mirar siempre donde haya libros porque siempre se pueden encontrar ejemplares
interesantes.
Victor Serge, Memorias de un revolucionario. Traducción Tomás Segovia.
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