Creo que lo mejor que se puede decir de un libro es
que al terminar su lectura a uno le gustaría que tuviera muchas más páginas. En
este caso, las 134 en formato pequeño que tiene a mí me hubiera gustado que hubieran
sido al menos el doble.
El libro recoge nueve reportajes que Carlin realizó
para El País. Cinco son del verano de
2006, tres de 2008 (dos pre y uno post crisis) y el último de 2012. En ellos,
basándose sobre todo en entrevistas con personajes muy variados de diferentes
profesiones y zonas del país, el autor pone de manifiesto los aspectos que
hacen que Islandia sea “el mejor país del mundo” como reza el subtítulo del
libro a pesar de lo extremo de su clima y su naturaleza.
Un país en el que prácticamente no existe ni la
sanidad ni la enseñanza privadas porque el estado cubre perfectamente esos
servicios; donde los permisos de maternidad y paternidad son de larga duración;
en el que las mujeres tienen hijos en muchos casos ya desde la universidad y,
generalmente, de distintos hombres, casadas o no, a lo largo de su vida porque funcionan con un
sistema casi tribal en el que se reúnen en las fiestas los distintos padres con
los hijos; en el que una pequeña población como Abureyi tiene su
propia orquesta sinfónica, universidad y gran hospital que atiende
incluso a la población de la parte oriental de Groenlandia; un país, en fin, en
el que la lectura y la música son dos ocupaciones fundamentales de su
población.
Teniendo en cuenta que hace unos cuarenta años se
trataba de un lugar bastante pobre, la cosa tiene su mérito. Quizá la única
carencia de este libro es que no se llega a explicar cómo han podido llegar
hasta esta situación y solo se dan algunas pinceladas que resultan
insuficientes al menos para quien, como es mi caso, vive en una ciudad con algo
más de habitantes que ese país y en una de las zonas de más renta de España.
Las diferencias de todo tipo entre ambas situaciones son inmensas.
Carlin lo cuenta todo con mucha claridad y con la
escritura propia del buen periodista y
escritor que es como demostró en su libro sobre Nelson Mandela. Hace gala,
además, de vez en cuando de un buen sentido del humor como en el siguiente
fragmento:
“Entre otras estadísticas, un estudio académico
aparentemente serio aparecido en The
Guardian en 2006 decía que los islandeses eran el pueblo más feliz de la
Tierra (el estudio posee cierta credibilidad, puesto que llegaba a la conclusión
de que los rusos eran los menos felices).” (p. 86)
Hacía alusión antes a la afición por la música y la
lectura de los islandeses y quizá se entienda mejor con lo que dice uno de los
muchos artistas que hay en el país:
“”Yo lo hago (se
refiere a domar la isla) mediante mi arte”, dice Haraldur, cuyos intentos
de apaciguar al monstruo incluyen también los tres libros que ha escrito. “No
hay animales ni árboles. Tenemos que tener una vida interna muy rica para
llenar los espacios vacío, para llenar el silencio con nuestro propio ruido.”
“(p. 100)
Islandia seguramente tendrá también sus defectos,
pero Carlin o no los ha visto o no ha querido contárnoslos.
La sensación al acabar el libro es que a alguien tan
poco mediterráneo como yo no le hubiera importado vivir en ese lugar y, en
cualquier caso, que deberíamos si no copiar, sí al menos adaptar algunas de sus
costumbres.
John Carlin, Crónicas
de Islandia. El mejor país del mundo.
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