Sobre las distintas formas que tengo de elegir un
libro para comprar y leer ya he escrito varias veces en el blog; resumiendo
serían: un comentario oído en la radio de forma casual, la lectura de una
contraportada, la publicación de un autor al que sigo, el consejo -o el regalo-
de un amigo, la intuición ojeando los estantes de una librería y algún otro que
ahora se me pasa. Pues bien, aunque no me suelen fallar a menudo, a veces sí
que sucede; sin embargo, lo que no falla prácticamente nunca es cuando sigo el
consejo de alguien de confianza. En este caso, conocí el libro a partir de una
reseña de Marta Rebón en elpais.com que es una de las mejores conocedoras y
traductoras de la literatura rusa tanto histórica como actual, además de una lectora y escritora de gran
sensibilidad.
He tenido la suerte de descubrir a este escritor
ruso que desconocía totalmente y que murió en 1990 en Nueva York donde emigró
tras ser expulsado de la Unión de Periodistas Soviéticos. En los Estados Unidos
publicó la mayor parte de su obra.
Esta primera novela que leo de Dovlátov me ha
parecido realmente magnífica y, sobre todo, me ha hecho disfrutar tanto por lo
que cuenta como, sobre todo, por cómo lo cuenta. Como soy un profano en la
materia de la crítica literaria, reproduciré a continuación algunos fragmentos
de comentarios sobre su obra:
“Seriozha era ante todo un magnífico estilista. Sus
relatos se mantienen más que nada sobre el ritmo de la frase, sobre la cadencia
de la voz del escritor.
(…)
La tonalidad de su prosa es de una mordacidad
contenida, a pesar de lo desesperado de la existencia que el autor describe.”
(Palabras
de su amigo, el también escritor, Joseph Brodsky que se reproducen en el
Epílogo).
“(…) estilo breve, concentrado, con un humor teñido
de lacónico sarcasmo, y el deseo etnográfico y visceral de contar lo que ve, de
trasladar al papel una experiencia poco común, tan absurda como inquietante.”
(Del Epílogo
del traductor).
“El virtuosismo de Dotlátov reside solo en el ritmo
de su prosa —Brodsky decía que, más que una narración, era un canto—, sino en
su habilidad para condensar la complejidad de cada personaje con un puñado de
palabras.”
(De la reseña
de Marta Rebón en elpais.com).
Mentiría si dijera que no había captado ninguna de
estas cosas durante la lectura. Desde luego, su sentido del humor es muy obvio,
también la frase corta, pero, sobre todo, lo que más me había llamado la
atención es esa capacidad de condensar de la que habla Rebón.
El libro cuenta, en sus doce capítulos y una
brevísima conclusión, algunos de los avatares de varios miembros de su familia
por lo que se puede considerar que tiene una fuerte carga autobiográfica (parece
ser que es algo habitual en este escritor), aunque también debe de haber
bastante creación sobre todo en los sucesos de algunos personajes. Así vemos
desfilar a sus abuelos paterno y materno, un tío medio loco, otro tío
estafador, una tía correctora -lo que le da pie para hacer unas reflexiones
interesantes sobre la escritura-, y su marido (de este se dice: “la biografía
de mi tío refleja la historia de nuestro Estado… De nuestro querido y horrible
país…”), su madre también correctora, su padre actor, un primo que es quizá el
personaje más peculiar del libro, su
perra, su mujer y su hija. Esto es, cuatro generaciones en 170 páginas que
aunque parecen pocas para tantos personajes, no lo son por la gran capacidad de
síntesis que antes comentaba.
Todos los personajes ofrecen perfiles peculiares y
de ellos cuenta historias bien diferentes de algunos aspectos de su vida,
obviamente aquellos que resultan más sorprendentes y originales. En este
sentido, las peripecias de su tío Arón (ese cuya biografía refleja la
historia), las desdichas su primo y la psicología de la propia mujer del autor
(en unas páginas difícilmente clasificables) son un ejemplo de escritura y
creatividad.
Un libro absolutamente recomendable de un autor que
no tardará mucho en aparecer de nuevo en el blog.
Además de la mencionada reseña de Rebón hay otra
interesante de Juan G.B. en unlibroaldia.blogspot.com.
Serguéi Dovlatóv, Los nuestros. Traducción Ricardo San Vicente.
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