Desde luego, ha sido un acierto terminar un año tan
complicado con esta lectura.
Lo leí hace más de siete años y voy a reproducir el comentario que publiqué en el blog:
“En las setenta primeras páginas,
una fuerte sensación de angustia; en las cincuenta últimas, un nudo en la
garganta; en medio, un gran interés por conocer cómo trabajan algunos jueces en
Francia. Otra vez una obra inclasificable de este autor.
Hace un par de semanas
comentaba El adversario, novela-documento-reportaje, y lo que me
había gustado. Ahora, otra vez ¿novela-documento?, en cualquier caso vida,
contada sin tapujos, pero también sin concesiones al morbo; y muerte y
enfermedad y amistad y amor.
Un libro inolvidable, diferente,
dirigido a la mente y al espíritu. Desgarrador, conmovedor. No dejará
indiferente a nadie, creo.
De la contraportada: “En un libro
sobrecogedor…”, “El lector es arrastrado como por una enorme ola y depositado,
al final del libro, emocionado, conmocionado, cambiado.” ”Una novela de la
conciencia…”
Carrére cuenta dos historias de
muerte reales de las que, en un corto espacio de tiempo, fue testigo. La forma
de contarlas es lo importante con esa sensibilidad y esa capacidad para
absorber al lector y no dejarle respirar.
Además, y como decía antes, me he
enterado de una par de cosas muy interesantes sobre la actitud de algunos
jueces en temas como la quiebra comercial y la comisión de sobreendeudamiento
en los que utilizan todas las armas legales para favorecer a los
desfavorecidos.
En fin, algo más que recomendable;
imprescindible.”
Hoy no se me ocurre nada mejor que decir. No obstante, esta vez me he fijado en un par de momentos en los que Carrère demuestra que no solo es un buen escritor dotado, además, de una gran sensibilidad, sino que también es un escritor sincero. Reproduzco dos fragmentos que lo muestran:
“Soy ambicioso, inquieto, necesito creer que lo que escribo es excepcional, que será admirado, me exalto creyéndolo y me derrumbo cuando dejo de creerlo”. (p. 176)
"Me sentía brillante, importante, y
aquella semicuñada cancerosa en su casita perdida en un pueblucho de provincias
me daba pena, por supuesto, pero estaba lejos. Aquella vida que se apagaba no
tenía nada que ver con la mía, en la que todo parecía abrirse, desplegarse. Lo
que más me fastidiaba era que aquello socavaba a Hélène y reprimía un poco –muy
poco, a decir verdad- el impulso de dar
rienda suelta a la euforia ligeramente megalómana que me invadió durante toda
aquella primavera”. (p. 62)
(Hélène era
su compañera en ese momento)
Si creo que toda la obra de Carrère es muy recomendable, este libro lo considero el más logrado y representativo del autor.
Hay una buena reseña, hecha en el
momento de su publicación, de Francesc Bon en unlibrooaldia.blogspot.com.
Emmanuel Carrère, De vidas ajenas. Traducción Jaime Zulaika.
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