En esta primera entrega de sus memorias el autor se centra
principalmente en dos momentos: por un lado, en su periplo a través de
diferentes partes de los Estados Unidos desde que a los diecinueve años se
marchó de su casa y, por otra parte, en el proceso de ser padre que se inició
cuando a los treinta y pocos conoció a Rita, su mujer. El libro empieza con
unas cuantas páginas dedicadas a su infancia y primera juventud en los
Apalaches y a partir del momento en que abandona ese lugar va alternando los
capítulos entre el periplo mencionado y la historia de su paternidad.
Aparecen muchos aspectos que serán recurrentes en su obra
como, por ejemplo, la presencia de la naturaleza (en este caso sobre todo los animales),
el sentido del humor o una escritura que huye de las florituras y se centra muy
bien en lo que quiere contar utilizando, además, un lenguaje muy adecuado a
cada circunstancia.
Hay momentos que resultan especialmente divertidos como: las
páginas que dedica a su aprendizaje sexual o a
la búsqueda del embarazo, los tipos estrambóticos que le llevan en
auto-stop atravesando el desierto y las lecturas prenatales que hace.
A lo largo del libro encontramos a un personaje decidido,
valiente, capaz de (sobre)vivir con lo
mínimo, tierno, emotivo, de buenos sentimientos
y siempre dispuesto a trabajar en lo que le salga ya sea en un circo o
como guía turístico en los Everglades.
Un par de fragmentos que pueden ejemplificar alguna de estas
cosas:
“La gente era abierta con los extraños, quizá porque no veía
muchos. En lugar de mirarme con ese ceño fruncido del oeste o con la
desconfianza sureña, me identificaban como lo que era: más o menos un tonto de
cojones”. (p. 92)
“Quería que me hablara, que me lo contara todo. Pronto, lo
que había experimentado, aún reciente, quedaría enterrado, solo presente en pesadillas.
Nos miramos durante varios minutos, intercambiando información desconocida por
el conducto de su visión inicial. Lloré y le canté. Nueve meses de miedos se
esfumaron en espiral. Su nacimiento era mi renacimiento. El terror paternal era
simple ignorancia. El bebé sabía cuanto tenía que saber”. (p. 251) (Se refiere al momento en el que le ponen a
su hijo en los brazos.)
Al margen de todo lo dicho quiero reproducir otro fragmento
porque recoge una experiencia que yo también tuve, creo que sobre los siete u
ocho años, en la Feria del campo de Madrid que se me quedó grabada y que he
contado muchas veces no sabiendo ya si me estaba inventando algo; Offutt me
confirma que, efectivamente, lo que he estado relatando era cierto:
“Entre otras cosas
exponían una vaca viva con un cristal de plexiglás en un costado. La habían
despellejado, le habían quitado la carne, y pude ver los meneos de su sistema
digestivo, las regurgitaciones y cómo la comida se desplazaba de un estómago a
otro”. (p. 54)
En fin un libro yo diría que algo más que recomendable y que
no es un mal comienzo para luego seguir leyendo el resto de su obra.
A mí, en particular, todo el tema de la paternidad tengo que
reconocer que me ha recordado muchas cosas porque, además, lo tengo relativamente
reciente.
Hay una magnífica reseña de Carlos Télez en
unlibroaldia.blogspot.com.
Chris Offutt, Dos
veces en el mismo río. Traducción Ce Santiago.
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