La historia es tan original
como insólita: Un conde ruso es condenado a muerte en 1922, pero la condena le
es conmutada, gracias a un poema subversivo que escribió diez años antes, por
el arresto domiciliario en el mismo
hotel de Moscú en el que vivía, si bien en una habitación mucho más
pequeña. Ahí estará hasta 1954 y Towles nos va contando en la novela, en las
cinco partes en las que ha dividido el texto, los diferentes personajes con lo
que se irá encontrado y, al mismo tiempo, y de vez en cuando, el contexto
histórico con los principales acontecimientos que tienen lugar en ese país.
El libro tiene nada menos
que 500 páginas con lo que parece que quiere emular a esos escritores rusos por
los que siente tanta admiración y a los que cita en múltiples ocasiones a lo
largo del libro así como a varios de los personajes creados por ellos. De hecho
uno de los amigos del conde se dedica a recopilar y publicar la obra de Chéjov
lo que terminará llevándole al destierro en Siberia por negarse a suprimir un
fragmento de uno de sus libros.
Esta extensión es, quizá, la
mayor pega que le encuentro a un libro que, en general, me ha parecido
interesante y muy entretenido. Y hablo de pega porque no todas las historias ni
todos los personajes que aparecen tienen el mismo interés. De hecho, cada vez
que en la novela aparece Nina, una niña que vive también en el hotel, a lo
largo de la primera mitad del libro, o Sofía, hija de la anterior, en el resto
del libro, la novela gana en intensidad y sentido del humor. Lo mismo pasa con
los trabajadores del restaurante en el que pronto trabajará el conde. Sin
embargo, como decía, hay otros cuyas apariciones me parecen innecesarias porque
aportan poco a una historia que, por lo demás, es bastante
inverosímil (¿se imaginan a un conde viviendo encerrado en un hotel durante más
de treinta años la mayor parte del tiempo durante el periodo estalinista?)
aunque lo bueno de Towles es que llega a hacer que te metas en la novela y
termines dando verosimilitud a una historia así.
Lógicamente el autor va
criticando de vez en cuando determinados aspectos de la sociedad que va
quedando después de la revolución. Así, por ejemplo, describe cómo cambia a
peor el funcionamiento del restaurante por la desidia de los trabajadores, la
burocracia que más adelante se impone en el servicio del mismo restaurante, las
informaciones de la prensa o, por no ser exhaustivo, cómo en una Asamblea de
trabajadores del hotel pasan horas discutiendo por una sola palabra.
Obviamente, en las introducciones históricas que hace de vez en cuando también
hay las oportunas críticas. No obstante, creo que no es ni mucho menos este el
objetivo de la novela ya que, además, no le dedica tampoco demasiado espacio.
Algo que me ha llamado
poderosamente la atención es que a lo largo de todo el texto el autor
acostumbra a hacer descripciones en las que organiza en grupos de tres los
elementos que describe. Un ejemplo, en este caso bastante exagerado, puede ser
el siguiente:
“Pues no había ni en las
habitaciones ni en el vestíbulo ni en el armario de la ropa limpia del segundo
piso detalle demasiado pequeño, defecto demasiado insignificante ni momento
demasiado inoportuno para recibir la valiosa, puntillosa y seguramente
desdeñosa interferencia del Obispo”. (p. 419)
Me imagino que es algo buscado
seguramente porque aporta un cierto ritmo a los fragmentos, pero la verdad es
que hasta ahora no me había fijado en ningún libro en el que se hiciera algo
así de una forma tan reiterativa.
El libro alterna momentos
realmente buenos, y muy graciosos por cierto, con algunos otros en los que
disminuye bastante el interés de lo narrado. Es, por tanto, en mi opinión, un
libro irregular aunque hay que reconocer que, tanto por el uso del lenguaje,
como por la agilidad de la narración y la enorme capacidad fabuladora de Towles,
en general se pasa un buen rato leyéndolo.
Una reseña bastante más
favorable con buenas informaciones sobre el argumento en
ciberclublectura.wordpress.com.
Amor Towles, Un caballero en Moscú. Traducción Gemma Rovira Ortega.
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