No ha pasado aún un mes desde que comenté La decisión, novela que supuso mi
descubrimiento de esta magnífica y muy interesante escritora italiana, y ya
estoy comentando la primera que escribió que, según parece, tuvo un gran éxito
tanto en Italia como en otros países.
Ambas tienen algunas cosas en común. Así: se basan
en hechos reales sucedidos hace tiempo, reflejan realidades duras aunque por
distintas razones y están narradas en primera persona por un protagonista que
está presente a lo largo de toda la obra.
En este caso la historia se desarrolla en 1946, en
una posguerra que fue magníficamente retratada, sobre todo en el cine, por el
neorrealismo que me parece que ha sido fuente de inspiración de Ardone al menos
en la primera parte de la novela.
Amerigo, un niño de 8 años, nos cuenta en ella cómo
era su vida en el sur de Italia; el viaje que le llevó en tren hasta la ciudad
de Módena para vivir unos meses con una familia de acogida y cómo vivió esa
temporada; y su posterior vuelta a casa para marcharse definitivamente con esa
familia que terminó adoptándolo. Esto se cuenta en las tres primeras partes en
las que está dividida la novela. En la cuarta, que se desarrolla en 1994,
Amerigo vuelve a su lugar de origen por la muerte de su madre y se encuentra
con la gente que conoció de niño.
Un resumen tan breve deja
fuera muchos aspectos importantes de la novela. El viaje, que hicieron miles
de niños y niñas (en la novela irán también, por ejemplo, Tommasino y Carolina,
sus grandes amigos), fue organizado por el Partido Comunista como muestra de
solidaridad con un sur en el que había
muchas necesidades, si bien las familias que los acogían también tenían sus
problemas. Esta solidaridad deja constancia también de las diferencias que
siempre han existido en ese país entre el norte y el sur. También trata el tema
de las relaciones afectivas ya que la madre de Amerigo -el padre se marchó hace
tiempo y no ha dado señales de vida-, no le da el afecto que necesita un niño
de esa edad. Por otro lado, está el desarraigo que el protagonista tendrá que
arrastrar al menos al principio y que su amigo no podrá soportar y hará que vuelva al
sur.
En fin, varios temas importantes que, además, son
tratados con la sensibilidad de la que ya dio buena muestra en La decisión e incluso, en este
caso, con cierto sentido del humor en
algunos momentos. Si se añade la buena escritura de la autora y su agilidad
narrativa, tenemos un libro que merece mucho la pena leer. Se disfruta y
también se sufre con los dilemas del protagonista.
En este sentido me parece interesante esta respuesta
que da Ardone en una entrevista con Núria Escur en lavanguardia.com.
Sin
duda el momento en que el pequeño Amerigo regresa a Nápoles con su madre.
Siente que su cintura se encoge, como un par de zapatos apretados. Pero en
realidad es él quien ha crecido, en todos los sentidos. Lo que le parecía
suficiente antes de irse ahora le parece poco o nada. Debe elegir: por un lado
su madre, su ciudad, su mundo, y por otro una vida mejor, la posibilidad de
estudiar, aprender a tocar el violín, soñar con un futuro. Describir este
desgarro fue muy doloroso para mí, como si lo viviera yo misma”.
Habrá que esperar
más traducciones de textos de esta escritora napolitana que tan bien cuenta
interesantes historias.
Viola Ardone, El
tren de los niños. Traducción Maria Borri.
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