Sexto libro que leo de la serie protagonizada por el
forense doctor Quirke. Es el último traducido y creo que hay ya otro publicado
en inglés.
Puede que sea el mejor o, al menos, está entre los
dos mejores de la serie. Como de costumbre, pero seguramente más aún en este
caso, la trama criminal y policial del caso importa bastante poco. Un joven
periodista es brutalmente asesinado en las primeras páginas, pero pronto el
asesinato dejará paso al núcleo de la novela que es como de costumbre el
conjunto de problemas de los protagonistas y de las relaciones entre ellos.
Como dice Laura Fernández en su magnífica reseña de elconfidencial.com:
“(…) porque Benjamin Black no se
limita a construir historias, Black, como Banville, como los maestros, crea
personajes que no son sólo personajes, que están vivos, en un mundo paralelo al
nuestro, el mundo de la Literatura, con mayúsculas”.
Esta es la gran virtud de estas
novelas de Black y lo que hace que se lean con tanto interés aunque la investigación
que lleven a cabo, ya sean Quirke o el inspector Hackett (presente también en
todas las novelas de la serie), no revistan particular complicación ni especial
suspense.
Una vez más Quirke y su hija Phoebe
son los grandes protagonistas y volvemos a encontrarnos con su pasado complejo
y su presente lleno de dificultades afectivas.
Por supuesto, no faltan los pubs, Dublín, el tabaco y el alcohol en la mayor parte de
las escenas, ni las referencias críticas a la Iglesia católica que es una de
las señas de identidad de las novelas de la serie. En este caso con una presencia
más acentuada. Especialmente interesante es la parte en la que el autor refleja el mundo de los quincalleros
irlandeses, los tinkers, muy parecido al de los gitanos en sus formas
de vida, pero no en su etnia.
En fin, entretenimiento garantizado con
una buena calidad literaria. Ahora queda esperar la traducción del siguiente.
Benjamin
Black, Órdenes sagradas
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