Esta novela fue el debut literario de su autor a los
62 años. En 2011 obtuvo el premio Booker Ruso a la mejor novela de la década.
Chudakov había muerto en 2005.
La novela abarca casi todo el siglo XX de Rusia de
una forma bastante peculiar. Narrada desde el personaje de su nieto en tercera
persona y en ocasiones en primera, se convierte tan pronto en una novela
costumbrista y casi etnográfica, como en un anecdotario, un análisis de la
cultura en sus diversas manifestaciones e incluso en una crítica política.
Así, dedica espacio a describir temas como: la
educación, los baños públicos, los trabajos del campo, los mercados de los
domingos, las canciones populares, etc. y, también, a hablar sobre la magia, la
música o la literatura.
La novela se estructura en un gran número de
capítulos que en muchos casos suponen relatos casi independientes del resto de
la narración y ese es, en mi opinión, el principal defecto de la obra o al
menos lo que ha hecho que no me termine de gustar. Se pierde bastante el hilo
de la narración y no siempre lo que cuenta en algunos capítulos tiene el mismo
interés que la historia principal.
Toda la obra supone un retrato, eso sí bastante fragmentario, de la realidad rusa en
el siglo o, mejor dicho, de la realidad de un sector de población que vivó
“exiliada” en su propio país. El pueblo en el que vive toda la familia está al
norte de Kazajstán.
Hay personajes realmente notables desde el abuelo y
la abuela (habla en francés y usa una cubertería de 9 piezas), a alguno de los
tíos y familiares políticos. Además, hay
pasajes en los que muestra un gran sentido del humor (en uno de los
capítulos reconozco que me reí a gusto).
Es curiosa y significativa esta caracterización del
abuelo:
“Había dos castigos que aplicaba el abuelo: no
pienso acariciar tu cabeza y no te daré el beso de buenas noches.” (p. 89)
Asimismo en la última página también es
significativo este fragmento que pone en boca del abuelo:
“- Ellos nos quitaron nuestro jardín, nuestra casa,
a mi padre, a mis hermanos. Nunca lograron privarnos de Dios, porque el reino
de Dios está dentro de nosotros. Pero nos quitaron Rusia. Y en mis últimos días
no tengo sentimientos cristianos para ellos. Es un pecado. No puedo encontrar
en mi alma el perdón para ellos. Grande es mi pecado.” (p. 538)
Finalmente, la siguiente cita da una idea de un
aspecto que atraviesa la novela aunque no lo haga de forma explícita:
“El mundo de mi infancia distaba del de mi nieta el
mismo lapso de medio siglo que me separaba del mundo del abuelo. Su mundo –sin
radio, sin electricidad, sin aviones- era extraña y terriblemente curioso para
mí; la misma curiosidad desde mi punto de vista, debería despertar en mi nieta
mi mundo, un mundo sin televisión ni
magnetófonos, con sus gramófonos, sus locomotoras y sus bueyes, aunque solo
fuera por su exotismo. Pero le era inútil e innecesario.” (p. 323)
Como decía
antes, se trata seguramente de una magnífica novela, pero en mi caso
pasada la primera mitad empezó a dejar de interesarme, y solo de vez en cuando
he logrado meterme en las diferentes historias. Una novela demasiado fragmentaria para mi
gusto.
Magnífica la traducción y muy útiles las notas a pie de página.
Hay dos críticas bastante completas y favorables:
Ricardo Martínez en culturamas.es y en el blog
caminosquenollevananingunsitio.blogspot.com..
Aleksandr Chudakov, El abuelo. Traducción Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz
Rovira.
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