Hago mía totalmente esta frase de Juan Marsé que la
editorial ha puesto en la faja que adjunta a la novela: “Las novelas de Elena
Ferrante me han tenido atado al sillón, leyendo y celebrando unas páginas donde
la emoción nunca es banal.”
En poco más de un mes he leído las tres últimas
entregas de la tetralogía (dos en los
últimos quince días). “Atrapado por Ferrante” titulaba mi comentario a la tercera
entrega y he seguido así, atrapado, hasta acabar. Son novelas muy adictivas por
muchas razones, pero sobre todo porque tratan de sentimientos y emociones que
se reflejan magníficamente en unos personajes construidos casi a la perfección.
“Elena Ferrante
derrocha oficio y pulso narrativo y hace, a través de sus personajes, gala de
un profundo conocimiento de la psicología, especialmente de la femenina.
Con un estilo brillante y una prosa directa, sin florituras, la autora es
implacable con la historia que narra y es implacable con el lector al que muestra
el drama de la vida sin concesiones a través de una saga intemporal porque,
de una forma u otra, los problemas de entonces son, por desgracia, los
problemas de hoy. Una saga sobre la amistad, sí. Pero, por encima de todo, una
saga sobre la vida y las emociones y pasiones humanas (…).” (Remarcado en el original).
O como comenta también José María Guelbenzu en elpais.com:
“Es una novela realista que debe mucho
al neorrealismo italiano, pero la tentación costumbrista queda completamente
superada por la insuperable capacidad de Ferrante de extraer dramatismo de la
cotidianeidad sin rozar siquiera el maniqueísmo. Esa es una virtud impagable.”
Creo que ambos textos dicen mucho
mejor de lo que yo podría escribir lo que me ha parecido esta tetralogía.
Es cierto que quizá esta cuarta
entrega es la que menos me ha gustado o, mejor dicho, la que menos me ha
llegado, pero en cualquier caso también
la he disfrutado.
Me ha parecido que es en esta entrega
final en la que Ferrante ajusta más las
cuentas, en lo bueno y en lo malo, con ese Nápoles al que vuelve la narradora.
Como ejemplo de lo negativo valgan estos dos fragmentos:
“Todas las noches improvisaba con
éxito partiendo de mi experiencia. Hablaba del mundo del que provenía, de la
miseria y la degradación, de las furias masculinas y femeninas (…) Hablé de
cómo desde que era niña había observado en mi madre y en las otras mujeres los
aspectos más humillantes de la vida familiar, de la maternidad, de la sumisión
a los Varones. Hablé de cómo por amor a un hombre una mujer puede verse
obligada a mancharse de todas las formas posibles de infamia hacia las demás
mujeres, hacia los hijos.” (p. 55-56)
“En los apartamentos oía los gritos de
hombres, mujeres, niños, sobre todo por la noche. Me espantaban las venganzas
entre familias, las hostilidades entre vecinos, la facilidad con que se llegaba
a las manos, las guerras entre bandas de niños.” (p. 293)
En lo positivo, los capítulos que
dedica en el tramo final de la obra a describir los lugares más emblemáticos de
la ciudad histórica.
En definitiva, estamos ante una obra
que a lo largo de más de 2000 páginas nos cuenta muchas historias, nos pone en
contacto con muchas realidades, nos presenta un gran conjunto de personajes
secundarios y tiene, sobre todo, dos
protagonistas en las que se ve que la autora ha puesto toda su alma y su
capacidad de creación, una obra que, insisto, emociona y demuestra lo que puede
conseguir la, buena, literatura.
Menos mal que quedan más novelas de la
autora por leer.
Tengo que dar las gracias a la
editorial Lumen por traducir la obra de esta escritora, como lo he hecho recientemente al escribir
sobre libros de otra gran escritora italiana,
Natalia Ginzburg
Elena Ferrante, La
niña perdida. Traducción Celia Filipetto.
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