“-Bueno-empezó ella animada-, un poco de todo, la
verdad. Algunos le gustaban, pero a menudo le parecía un poco como si te
complicaras demasiado y todo se volviera muy difuso, o equivocado, bueno, la
verdad es que podía ser bastante crítica a veces, pero no creo que todos le
disgustaran.
-Bien-comentó él-. Bien.
-Estaba descontenta porque decía que era como si no
consiguieras poner orden en tus libros, a algo así, decía que dabas mil vueltas
a cosas en las que debías ir al grano, no sé si me explico, y eso le molestaba,
pero no dejaba de leerlos, sino que seguía aunque no estuviera contenta. Y eso,
pese a todo, era bonito, ¿a que sí?” (p. 248)
Cuando casi al final del libro me encontré con este
diálogo me quedé absolutamente sorprendido al ver cómo en el propio libro leía las
mismas cosas que yo pensaba. Este
diálogo se produce entre el propio Enquist y la sobrina de la mujer con la que
tuvo la cortísima relación que, según él,
motiva que escribiera este libro. La mujer ha muerto y ha encargado a su
sobrina que le lleve una carta a Enquist para que acuda a su entierro. Esta le
dice que su tía había leído sus libros y entonces ante la pregunta de qué le
habían parecido surge este diálogo.
Es el cuarto libro que leo de este original y muy
especial autor sueco. Dos me han encantado y con los otros dos me ha pasado un
poco lo que acabo de recoger en la cita. En este caso, junto a capítulos –cada
uno es una parábola- realmente espléndidos y de una gran emotividad hay otros
en los que he estado bastante perdido.
Enquist vuelve a escribir un texto muy
autobiográfico y vemos aparecer a parte de su familia: su Padre y su Madre, una
prima y una tía; junto a ellos Ellen, la mujer de cincuenta años con la que a
los quince tuvo su primera relación sexual contada en el que para mí es quizá
el mejor capítulo del libro; también hay referencias constantes a la religión
con fragmentos a veces bastante críticos como el siguiente:
“Sintió botar dentro de sí, tal y como era de
esperar, una rabia racional no desprovista, sin embargo, de un cierto sentido
del humor. La industria religiosa había conquistado la dirección postal de la
Madre. Todas y cada una de las pequeñas sectas parecían considerarla como la
base económica de sus actividades. Se perfilaba una industria basada en la
voluntad de sacrificio; financiada por la pequeña pensión de la Madre y otras ancianas apopléjicas como ella.” (p. 69)
Siguiendo con el tema de la religión hay otro
capítulo muy emotivo en el que la “tía corajuda”, como él la llama, ya a punto
de morir se hace apóstata. No pueden faltar por supuesto las referencias a su
alcoholismo y al año 1990 cuando dejó la bebida y se rehabilitó.
Junto a lo anterior, que resulta una lectura muy
atractiva y que te atrapa, hay otros momentos en los que bien sea porque no
sabes muy bien qué te está contando o porque realmente se muestra muy difuso y
no va al grano (comentario sacado de su propio texto), la lectura pierde
intensidad; al menos es lo que me ha pasado a mí. Algo parecido me sucedió
leyendo La biblioteca del capitán Nemo
y nunca con Mi vida, su magnífica
autobiografía.
Hay que destacar en este libro, como en el resto, su
cuidado lenguaje y su siempre original estructura.
Creo que para entrar en el mundo de este autor lo mejor es empezar con su autobiografía.
Como curiosidad, se ha producido la coincidencia de
que mi hijo de 8 años y yo hemos estado leyendo al mismo tiempo un libro de
Enquist; evidentemente el suyo dirigido al lector infantil.
Per Olov Enquist, El libro de las parábolas. Traducción Martin Lexell y Mónica
Corral.
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