Este librito de apenas 136 páginas es el último
texto escrito por el autor en 1962-1963 poco antes de su muerte producida en
1964, pero no pudo ser publicado en su totalidad por algo que comentaré más
adelante. Grossman es uno de los grandes escritores rusos del siglo XX. Sus
crónicas sobre la batalla de Stalingrado merecieron que el historiador
británico Anthony Beevor le dedicase un libro completo; su novela Vida y destino es uno de los grandes
textos del siglo y un auténtico clásico; y tiene también novelas que, como
sucede con Todo fluye, además de
estar muy bien escritas son muy interesantes por su contenido y por el
compromiso del autor.
Obviamente tiene bastante más de lo que he
mencionado, pero me he limitado a hablar de lo que conozco por haberlo leído.
Hacía tiempo que no se traducía nada nuevo del autor
y ha sido una grata sorpresa encontrar este libro en las estanterías de las
librerías. Grossman hizo una estancia de más de dos meses en Armenia en 1961
para traducir al ruso el libro de un escritor armenio. Estuvo principalmente en
la capital, Ereván, pero también hizo algunos viajes al interior para
conocer el país. Este libro es el resultado de sus impresiones y también algo
más. Como dicen Marta Rebón, la traductora, y Ferran Mateo en un texto al final
del libro:
“En este ensayo-meditación, lejos de ser una mera
recopilación de impresiones sobre la cultura y el paisaje caucásicos, la mirada
humanista de Grossman recoge todas las lecturas posibles sobre la superficie
rocosa de Armenia y la áspera vida de sus moradores.”(p. 140)
Efectivamente, podemos decir que el libro tiene dos
claros componentes. Por un lado, las descripciones que hace tanto de la
naturaleza como de muchos aspectos de las formas de vida y la cultura de los
armenios, que abarcan desde su poesía a su comida pasando por sus monumentos e
incluso la celebración de una boda y,
por otro lado, una serie de reflexiones sobre diferentes temas que le preocupaban
como: el nacionalismo, el suicido, la bebida, Stalin, etc.
Todo tratado con esa perspectiva humanista que se
menciona en la nota reproducida antes. Y, además, dejando constancia de un par
de situaciones en las que se vio envuelto que muestran también a una persona
capaz de contar algo tan humano como los apuros que pasó dos veces en los
viajes cuando sus intestinos ya no podían aguantar más. Aunque tenga algo de
cómico tal y como está relatado, realmente mueve más a la compasión, sobre todo
si el lector ha tenido también ese problema alguna vez.
Decía antes que el libro no se pudo publicar íntegro
en su momento parece ser que debido a dos cuestiones. Una es la mención ya al
final del libro de la existencia todavía del antisemitismo, y la otra el
tratamiento que da a la situación de pobreza en muchos de los lugares que
recorre del que puede ser un buen ejemplo el siguiente fragmento:
“Entramos en una habitación de piedra: ¡qué pobreza
tan severa! ¡Qué bueno ser honesto y pobre! Las paredes, el techo y el suelo
están hechos de piedras grandes. A los utensilios antiguos, milenarios, apenas los
había rozado el hálito de la Edad del Hierro: la vajilla, los recipientes para
el grano, el acetite, el vino y la chimenea eran la viva estampa de la Edad de
Piedra.” (p. 121)
Hay que tener en cuenta que ya habían pasado más de
cuarenta años de la revolución de octubre y por lo tanto había pasado el tiempo
suficiente para mejorar las condiciones de vida de la gente.
Para terminar, reproduzco la siguiente reflexión por
lo que tiene de poner los pies en el suelo con esa idea de que un lugar puede
ser muy bello para ver, pero al mismo tiempo poco agradable para vivir.
“Vamos hacia la frontera con Azerbaiyán. A la
derecha, un ruidoso río de montaña; a la izquierda, cerca del camino, aldeas
rebosantes de ese encanto rural que tanto placer nos procura cuando lo
contemplamos desde la ventanilla del coche, ese encanto al que la población de
las aldeas, ansiosa tercamente por mudarse a la ciudad, le otorga poco valor.”
(p. 90)
En fin, un libro que se lee con agrado, con el que
se aprenden cosas y se disfruta de la escritura de uno de los grandes autores
del siglo pasado.
Vasili Grossman, Que
el bien os acompañe. Traducción Marta Rebón.
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